“Amarlo,
amarlo como a mí mismo, es al mismo tiempo adentrarme
necesariamente en alguna crueldad. ¿La suya o la mía? - me
objetarán ustedes-, pero acabo de explicarles jus-tamente que
nada indica que sean diferentes. Más bien parece que es la
misma, a condición de franquear los límites que me hacen colocar
frente al otro como mi semejante.”
J. Lacan
Quisiera compartir con Uds. algunas ideas acerca de cómo pueden
ser pensadas ciertas prácticas sociales en el campo de los lazos
sociales vulnerados. No lo haré desde el psicoanálisis, sino con
el psicoanálisis enlazado a otros saberes y experiencias. Parto
entonces de una pregunta inicial: ¿Sería muy aventurado afirmar
que el Psicoanálisis es también, un saber que habilita la
pregunta de qué es vivir con el otro? La gravedad de ciertos
acontecimientos históricos le plantean al Psicoanálisis
interrogantes que coloca a éste en una encrucijada que no se
reduce a la idea del Psicoanálisis Aplicado, sino que provoca un
deslizamiento que interroga acerca de la posición como analista,
como también de la responsabilidad como sujeto. La pregunta de
¿cómo vivir con el otro? no se refiere sólo al otro sino, y
fundamentalmente, a uno mismo, provocando una perturbación de
las diferencias, ya que pone en juego la experiencia de lo real
como tal.
Segunda pregunta: ¿Es posible la práctica del Psicoanálisis por
fuera de la transferencia analítica o para decirlo en otras
palabras, por fuera de la intimidad de una sesión de análisis?
Cuando los psicoanalistas intervenimos en el campo social con
las herramientas de nuestro oficio, ¿el psicoanálisis sigue
siendo psicoanálisis? Esto sería como preguntarse si es posible
pensar al hombre por fuera de la cultura. Por lo tanto el
Psicoanálisis es un saber que nos habilita la pregunta acerca de
“qué es vivir con el otro”. No hacemos otra cosa que intentar
abordar la difícil y a la vez fecunda relación con lo real, esa
es la epopeya vital del sujeto en la cultura.
El
Psicoanálisis, desde sus orígenes, fue interrogado por ciertos
acontecimientos históricos que convocaron su palabra, en tanto
formula a la teoría una cantidad de preguntas hacia la cual
converge una red de temas y significaciones que colaboran a dar
sentido a fenómenos tan complejos como los que resultan de la
relación entre lo singular y lo colectivo. Freud no eludió nunca
este desafío.
El
Psicoanálisis no puede ni debe dar cuenta de todo, pero tampoco
puede ni debe quedar por fuera. Cuando la gravedad de la
historia abre una interrogación ética que convoca al pensamiento
de manera ineludible es necesario contar con el Psicoanálisis.
Como un saber no hegemónico, que no se presenta en el campo de
la cultura como cosmovisión, sino como una disciplina que ayuda
a pensar en otras determinaciones del padecer humano. La
determinación inconsciente no es la única que sirve para
entender las diferentes vicisitudes de los lazos sociales.
Reducir todo el pensamiento crítico sólo a esa dimensión es
empobrecedor. Pero renunciar en un análisis crítico a la
determinación inconsciente también lo es. A más de un siglo de
existencia el psicoanálisis ha desbordado las manos de los
psicoanalistas, y ya es un instrumento de la cultura en general.
La cultura occidental ha sido afectada por el pensamiento
psicoanalítico, y el psicoanálisis mismo ha recibido los
influjos de su influencia. No hay acto fallido en los medios que
no reciba su oportuna escucha, registro e interpretación, sin
que medie la presencia de ningún psicoanalista. Muchos de los
pensamientos contemporáneos más interesantes del campo de la
historia, la filosofía, la sociología, la antropología, etc.;
como también de producciones artísticas como la literatura y el
cine enseñan psicoanálisis.
En
una época donde triunfa el “pensamiento liviano”, es importante
recuperar algunos núcleos duros presentes, por ejemplo en la
obra freudiana, como un modo también de recuperar algo del
pensamiento de la modernidad en contraposición a los guiños
posmodernos.
Freud fue un consecuente seguidor de las corrientes del
Romanticismo que buscaban unir la Razón y la Pasión, posterior a
aquel iluminismo que reivindicaba la Razón como patrimonio
supremo de unos pocos hombres, los iluminados. En esta línea
Freud plantea un tipo de subjetividad que da cuenta tanto de la
Razón Histórica como de una “sin razón” expresada en el Deseo.
Sin
embargo qué difícil resulta hoy pensar cualquier problemática
más allá de las urgencias que la realidad impone al pensamiento.
Muchas veces nuestras intervenciones como psicoanalistas, en el
campo social, responden a demandas que exceden nuestras
habituales prácticas profesionales. La vida humana no es otra
que la vida dentro o cada vez más en los bordes de las
instituciones, somos efecto de la cultura y su malestar, de la
Ley, de la historia, del lenguaje y ese cruce muestra siempre el
equívoco. Es decir, tenemos un doble nacimiento: el biológico,
que está inscripto en las marcas de nuestro propio cuerpo y el
institucional, que desde la legalidad médica, nace con la
inscripción civil, la trama familiar. Dos nacimientos que no son
sino uno, el que nos constituye en sujetos de la cultura.
Pensamos al sujeto inscripto en una dimensión ética y política,
por lo tanto es siempre en relación al otro. Es allí donde se
plantea esa difícil tensión de resolver, aquella que permita
superar el impasse entre las perspectivas más sociologistas que
reducen la subjetividad al mero efecto de determinaciones macro
históricas y las psicologistas que dejan al sujeto por fuera de
este tipo de determinaciones, casi como resultado de un
autoengendramiento.
Desde las posturas más estructuralistas que condenan al sujeto a
ser repetición inexorable de una estructura ya dada, trama en la
que queda atrapado de una vez y para siempre hasta posiciones
funcionalistas donde el sujeto es efecto de buenas adecuaciones
que la realidad le impone. En ambos casos el sujeto queda
desalojado de la temporalidad y la historia en tanto no tiene
ninguna posibilidad activa de operar sobre los efectos de esa
historia. Por lo tanto sostenemos que no hay psiquismo cerrado,
constituido y estructurado de una vez y para siempre, sino que
por el contrario hay un trabajo psíquico permanente. Y es en ese
trabajo que se funda la posibilidad ética de que nuevos
acontecimientos, vivencias y experiencias posibiliten apropiarse
del capital libidinal simbólico para poder así, establecer
relación con la filiación, con los ideales y con formas de lazo
solidarias.
Acontecimiento histórico y producción fantasmática se
interpenetran. Es en ese trabajo constante de ligazón y tensión
donde se funda la posibilidad de apropiación de lo acontecido.
Mientras que toda ruptura entre sujeto y realidad histórica lo
que impone es una formación sintomática.
Hablar de sujeto es hablar del "tiempo" que lo aloja, de una
época. La articulación tiempo y subjetividad nos abre otra
pregunta fundamental acerca de nuestro tiempo, tiempo de
exclusión y porqué no de crueldad. La subjetividad se soporta en
tres registros: en lo real, no hay trabajo, ni comida, ni
educación, ni salud; en lo imaginario no hay ilusión que
posibilite algún tipo de proyectos futuros y en lo simbólico en
lugar de Ley, muchas veces hallamos impunidad. En las tres
dimensiones encontramos un arrasamiento tal, que nos hace
preguntar entonces ¿Qué soporte le queda al sujeto en estos
tiempos de lazos vulnerados?
El
sujeto se constituye a partir del imperativo de una Ley
universal, del reconocimiento por el Otro de su condición de
sujeto y de la posibilidad de proyectarse como tal en un futuro
posible. Por lo tanto para constituirnos como sujetos
necesitamos de ese real externo al que estamos sujetados. La
relación entre sujeto y Ley, es una relación entre un particular
y un universal, siempre inacabado, es una construcción social.
Construcción que se funda en la posibilidad de justicia que
debería estar presente entre el sujeto y la Ley. La Ley está en
el sujeto, pero para que éste pueda ser sujeto de ley, es
necesario una política activa que lo incluya, y no que lo
excluya de todo lugar tanto real como simbólico e imaginario, es
decir, que lo excluya como sujeto de Derecho. Derechos Humanos
son aquellos que defienden, entre otras cosas, la pervivencia
del sujeto de derecho. El derecho humano de ser sujeto de
derecho.
La
violencia social, el Terrorismo de Estado y todo tipo de
violaciones a los Derechos Humanos, nos enfrenta a la dimensión
inabarcable del horror que produce, significando una fractura no
sólo en el devenir histórico colectivo sino también en el
devenir subjetivo.
La
pulsión de muerte se expresa y se desata en un “más allá del
límite”. Al borde de ese confín las sociedades actuales empujan
y son empujadas a la destructividad extrema. En este sentido la
noción de trauma parece haberse convertido en un concepto nodal
y global tanto para la psiquiatría y el psicoanálisis como para
la sociología y esto es así porque nos pone al límite de la
comprensión ya que las experiencias traumáticas producen el
efecto de interrupción y fisura al pretender ser pensadas. Pero
el trauma no sólo destruye, sino que también deconstruye, al
obligarnos a pensar de nuevo. Como señala Cathy Caruth, “el
poder del acontecimiento (traumático) surge precisamente del
colapso de su comprensión”. Lo traumático y la crueldad por
definición son lo impensable, es lo que desborda mientras
sucede, toda posibilidad de elaboración. Es puro exceso, un
exceso que arrasa con las barreras protectoras del sujeto. Y
como las réplicas después del terremoto, la escena de lo
traumático no deja de repetirse una y otra vez siempre
siniestramente igual.
Ser
traumatizado es ser “poseído” por un acontecimiento y se ubica
en un “más allá” de la interpretación, tanto que el mismo Freud
en 1920, luego de la Primera Guerra Mundial se interroga acerca
de las resistencias a todo campo de significaciones
inconscientes y las nomina como “neurosis de guerra”, como un
modo de diferenciarla de los otros tipos de neurosis, es por
ello que se trataría más de un síntoma de la historia que del
inconsciente. En ese sentido, más que poseer un síntoma se es
poseído por el síntoma. Exorcizar esa posesión, desujetar al
sujeto de esa repetición es un trabajo que no se puede hacer
sólo con él. Se dice injustamente que los afectados de
catástrofes sociales no cuentan, no narran, se resisten a contar
las terribles experiencias por las que atravesaron. Se oculta
con esa idea, que muchas veces la resistencia está en quienes no
soportan escucharlos. Y quienes pudieron ponerle el cuerpo a la
escucha de esos afectados, lograron que la repetición se vuelva
relato. Que lo que era repetición y pesadilla incompartibles, al
encontrar un otro a quien contarle, en un lazo social
destraumatizador, se vuelve otra cosa. Un relato instaura la
diferencia con lo sucedido, instaura la solidaridad con otro que
contiene, instaura la transmisión de una verdad.
Aquí
nos enfrentamos entonces a otra noción nodal, la de verdad Pero
es necesario pensar juntas las categorías de verdad y justicia.
Justicia sin verdad es justicia ciega. Verdad sin justicia es
verdad inútil. La verdad es una consecuencia del uso de la
memoria. Es saber qué pasó, cómo pasó, por qué pasó. Y es saber
con otros. La verdad como saber compartido. Como producto de la
memoria social. Saber la verdad del genocidio implica,
compromete a la búsqueda de justicia para sus víctimas, y de
castigo para los culpables. Años de impunidad han desanudado el
nudo entre verdad y justicia. Pero años de lucha en búsqueda de
la verdad y la justicia han desnudado los modos de ese
desanudamiento.
Desde el poder se busca responsabilizar a los sectores más
empobrecidos y excluidos de los episodios de violencia, como una
forma de encubrir así su propia responsabilidad y accionar
represivos. Cuando el Estado pretende asociar violencia social
con acciones delictivas, ingresa en el riesgoso terreno de
ampliar la brecha social, de fragilizar y producir la ruptura de
los lazos sociales generando aún más violencia. Cualquier tipo
de legitimación que incremente la violencia jurídica e
institucional sólo promoverá, en el cuerpo social más
descrédito, desconfianza y aislamiento.
Atravesar la experiencia de la aplicación de las políticas
neoliberales nos colocó frente a un eterno presente, sin
proyectos y por lo tanto sin futuro, bajo la amenaza de que éste
pueda ser el pasado en su rostro más siniestro. La "razón de
estado", razón dominante en su instrumentalidad patógena,
margina a los sujetos de la producción deseante y del soporte
imprescindible del lazo social, siendo sólo capaz de promover
desconfianza, escepticismo, indiferencia y competencia
despiadada. El “vale todo”, que se nutre de la certeza de que no
valgo para nadie, impide cualquier camino de inserción en el
tejido social y produce la desalentadora idea de que la lucha
por la inclusión es una causa perdida. Es una expropiación de
subjetividad, una apropiación de los deseos e ilusiones que
genera formas de subjetividad alienadas. Estas formas de
subjetividad vaciadas, parecen ser una obvia metáfora de la
desaparición, pero esta vez no por el terrorismo de Estado, sino
por otra forma de terrorismo, el de la devastación
económica-social de los condenados a la incertidumbre, a la
enfermedad inútil, al hambre evitable y al silencio de la Ley.
La
violencia institucional y la exclusión social (como otra de las
formas de la violencia institucional) no son problemáticas que
puedan resolverse desde el Psicoanálisis, pero sí es importante
para nosotros poder pensar acerca de sus efectos tanto en la
salud como en los atravesamientos subjetivos. Porque no se trata
de una problemática técnico-económica, ya que, el padecimiento,
el costo social de estas políticas nos obligan a volver a pensar
en la función de lo social en el corazón mismo de estas
estrategias.
Todo
esto que hoy estamos pensando aquí, ocurre en el marco de una
democracia, bastante frágil en la que nos ha tocado vivir por lo
que nos toca vivir. Sin embargo sabemos que no es lo mismo vivir
bajo el contrato social, aunque sea asimétrico, que vivir sin
él, sometidos a la completa arbitrariedad del terror, como ya lo
hemos conocido. El poder no sólo reprime, sino que produce, como
en nuestro caso, ruptura de lazos sociales, competencia salvaje,
individualismo, indiferencia y percepción del semejante como
enemigo, que también son formas de lazo, pero atroces. Para
Rousseau, la guerra de todos contra todos no constituye ningún
estado de naturaleza: es una forma histórica y específica de
sociedad.
En
este sentido, si retomamos la idea de que los sujetos somos
"sujetos de la Ley", es allí donde vemos que la Ley nos muestra
su rostro bifronte, en tanto, Ley y violencia no se oponen: Ser
sujetados por la Ley, ya implica un acto de violencia intrínseca
por su naturaleza; pero al mismo tiempo se trata de la única
posibilidad de transformar la guerra de todos contra todos, en
la contingencia necesaria para mantener las pulsiones
destructivas dentro de un marco institucional. Es decir que el
marco de la Ley implica -desde su origen- una forma de violencia
necesaria, en tanto, regula la relación entre los hombres en lo
colectivo y actúa como organizadora del psiquismo en lo
singular. El problema es cuando nos encontramos frente a la
paradoja, como la que plantea Kafka en su obra, es decir, cuando
es necesaria la Ley sin la cual es imposible vivir, pero al
mismo tiempo nos está vedado el acceso a ella. Sería lo
equivalente a un "acto sin Ley", como por ejemplo todo tipo de
ausencia de sanción: llámese obediencia debida, punto final,
amnistías y todo otro tipo de producción de impunidad.
Algunos psicoanalistas hemos trabajado interviniendo en espacios
que apuntan a la reconstrucción de la trama social a través de
la recuperación de la palabra, el testimonio y la memoria. Este
tipo de práctica no es neutral, ya que los traumatismos sociales
no lo son, todos hemos sido atravesados por la catástrofe social
que significa vivir en y con impunidad.
Ciertas formas de lazo social más solidarios pueden actuar como
garante, en tanto permitan poner límite a la repetición
tanática, a acceder a un nuevo equilibrio en la economía
libidinal y a nuevas formas de vivir con el otro. Este nuevo
posicionamiento da lugar a que acontecimientos traumáticos
puedan inscribirse como tal y no se constituyan en un presente
continuo. Sin embargo, no desconocemos que siempre las
experiencias gravemente traumáticas, tienen un resto
inelaborable, mudo, que subyace y serpentea como una amenaza
constante. La del retorno espectral del trauma. Como un lugar al
que se vuelve, una cita desgarradora que insiste y persiste en
volver. Es estar ubicado entre dos muertes: la muerte por
privación de la vida y la muerte por privación de la muerte. En
un texto fundacional de Gilou García Reinoso, titulado “Matar la
muerte” es donde mejor se sintetiza esta afirmación que nos
habla del dolor y la furia de la propia herida que es la que
sostiene el obstinado compromiso existencial de inscribir la
historia.
“Hay
que investir la vida de significado...” dijo Bruno Bettelheim,
en ese intento permanente de simbolizar la escena traumática. Ni
la teoría psicoanalítica, ni las ciencias sociales en general,
pueden cerrar los interrogantes para comprender, en su verdadera
magnitud, la dimensión de lo traumático. Son sólo intentos,
caminos, aperturas hacia aquello innombrable del dolor que sigue
reverberando.
La
Crueldad, como otro modo de traumatización, está asociada a
actos de bestialidad y por lo tanto a manifestaciones que se
hallarían por fuera de lo humano. Sin embargo sería fundamental
rescatar el concepto de Crueldad en su función de analizador de
fenómenos históricos. Entonces, encontramos allí un efecto
paradojal: la Crueldad, se dice, es inhumana, y sin embargo,
expresa algo del orden de lo humano mismo como tal, y por lo
tanto de la relación con el otro. La aceptación de la Crueldad
como una región que pertenece a lo humano parece que pusiera en
peligro algo del orden mismo de la naturaleza humana, ya que se
revela como lo menos propio. ¿Es, entonces, constitutiva o
constituida? ¿Causa o efecto? Freud propone sombríamente en
Tótem y Tabú que, “La civilización está construida sobre un
crimen cometido en común”. Allí la violencia aparece como
fundamento de la relación entre los hombres, y —¿otra paradoja?
— al mismo tiempo instaura la Ley que la regula. Sin embargo, la
violencia en sí misma no necesariamente equivale a la Crueldad,
aunque la facilita.
La
Crueldad, es uno de aquellos conceptos que le plantea a la
historia y al pensamiento la cuestión acerca de sus orígenes y
por lo tanto de la cultura. La conocida cita de W.Benjamin: “no
hay documento de cultura que no lo sea simultáneamente de
barbarie”, obliga a reflexionar acerca del lugar que ocupa este
concepto en el acontecimiento singular que es la vida para cada
sujeto, como también en la historia colectiva plagada de
múltiples acontecimientos signados por la barbarie.
La
crueldad sólo se podría comprender si la inscribimos en el campo
social, ya que es allí donde cobra su verdadera dimensión y
recupera su complejidad y significado. Quizá la complejidad se
sitúe en esa tensión irreductible que se produce entre las
potencialidades individuales y las condiciones sociales y
políticas de despliegue. Situarla sólo en uno de los dos lugares
sería, en el primer caso, una forma de banalizar un hecho que
contiene múltiples determinaciones. En tanto que situarla sólo
del lado de las condiciones materiales de despliegue,
significaría una forma de desresponsabilización de los autores
reales de hechos aberrantes. Es decir, que una explicación
posible deberíamos ubicarla en el punto de encuentro entre lo
individual, lo social y lo político, entre la culpa (moral) y la
responsabilidad (legal y ética). Ya que nada sucede fuera de los
individuos, puesto que estos producen aquello que el sistema
tolera como posible.
Es
en el magma que produce este difícil cruce que podríamos ir
abriendo paso en la noche y niebla provocada por este dilema y
atravesando diversas dimensiones, en la búsqueda de un lugar
que, justamente, permita pensarlo por fuera de todo aquello que
lo esencialice, y para ello es necesario problematizar textos y
autores, recurrir a diversas miradas: la historia, la filosofía,
la antropología, el psicoanálisis, ofreciendo la posibilidad de
una lectura múltiple que ayude a rescatar el valor del
pensamiento crítico aún cuando se trate de los difíciles
atolladeros que plantea el alma humana.
¿Las
actuales formas de sociabilidad que paradojalmente se fundan en
la ruptura o en la vulnerabilidad de los lazos sociales, nos
colocan ineludiblemente en un borde peligroso? Camille Dumoulié
dice respecto a la Crueldad que “...introduce a la experiencia
de la intimidad dolorosa que sería el contrario exacto de la
piedad y que, en un solo acto, hace participar a la víctima y al
verdugo de la misma violencia."