Si la realidad nos sedujera tanto
como para ocuparnos enteramente de ella, no sabríamos responder
a ciertas preguntas.
Si la realidad no nos sedujera lo
suficiente como para ocuparnos enteramente de ella, no
tendríamos oportunidad de formularla.
Así vamos, desde las palabras a la
realidad que vivimos y desde lo que pensamos a las palabras.
Sergio Chejfec. Lenta Biografía.
El encuentro que hoy nos reúne convoca a reflexionar la niñez,
me propongo entonces interrogar aquella a la que podríamos
llamar «niñez silenciada» por hechos sociales traumáticos que
vivimos hace unos años en el país. Me refiero a la violación de
derechos humanos a la que, durante la dictadura militar de los
años 76 al 83, estuvimos expuestos, ya que el terrorismo de
estado implantó un método de persecución política inédito que
produjo la «desaparición forzada de personas» llevada a cabo por
grupos específicos en que estaban involucrados todos los
sectores del poder.
La
«desaparición forzada de personas» puede considerarse como
verdadera catástrofe social que instala el horror de lo
siniestro como modo de vida, y que produce daño psíquico no sólo
a los afectados directos, sino a la sociedad misma pues el
sistema legal social deja de tener vigencia y produce una
ruptura del contrato narcisista que lo sostiene.
Una
niña de 23 meses de edad es secuestrada junto a sus padres en el
mes de mayo de 1978, en un país limítrofe en el que vivían desde
hacía un tiempo.
La
abuela materna inicia la búsqueda de la nieta y sus papás, sin
saber muy bien qué había pasado. Se une a Abuelas de Plaza de
Mayo y siguen años de incertidumbre y de lucha por conocer su
paradero, hasta que en el año 80 «Clamor», entidad brasileña
dedicada a la defensa de los Derechos Humanos, entrega a Abuelas
de Plaza de Mayo una foto con una denuncia acerca de una niña
que suponían hija de desaparecidos, pero que figuraba como hija
propia de un funcionario de la policía y con nombre falso, salvo
el primer nombre, que según testimonios, la niña con su negativa
a responder a otro, logra retener.
A
pesar de mudanzas y pérdidas de pistas por fin pudo ser
localizada tras minucioso seguimiento de huellas que otros
creían haber borrado para siempre. Era el año 80 la abuela la ve
sin poder darse a conocer, relata «cuando la vi llegar a la casa
donde vivía (con sus apropiadores) y la vi de espaldas, con sus
piernas regordetas y sus rulos de siempre, la vi de espaldas
pero la reconocí tenía cuatro años».
Comenzó un camino árido para reconstruir su historia y buscar
pruebas para el reclamo judicial. Pero aún debieron esperar la
asunción del gobierno constitucional para que ofrecieran
garantías a la niña, porque el temor era que los apropiadores,
conociendo el reclamo intentaran salir del país.
La
abuela pensaba que con la denuncia del secuestro y con las
pruebas que contaba, como la partida de nacimiento, la niña
podría volver con su familia de origen pero se encuentra que
tenía documentación falsa que la acreditaba como hija legítima
del apropiador y con la edad cambiada, en lugar de figurar con
su edad cronológica real aparecía con dos años menos es decir
que había sido inscripta como recién nacida en el año del
secuestro.
Comienza una larga lucha judicial para demostrar su verdadera
identidad. Se piden a la justicia todos los análisis posibles de
identificación: radiografías, fotos y análisis genético, de
histocompatibilidad sanguínea de donde surge la confirmación de
su identidad, con un índice de inclusión en la familia que la
buscaba del 99, 80%.
Aun
así la resolución no fue otorgada, la niña sigue ignorando la
situación, pero los apropiadores le advierten que una señora
loca se hacía pasar por su abuela y la quería robar.
La
familia decide apelar a otras instancias legales ante la
negativa del Juez interviniente en la causa, de innovar. A fines
del año 1984 la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal decide la restitución y el Dr. Andrés
D'Alessio, quien la presidía, se hace cargo de la entrega de la
menor a su familia legítima en el Palacio de Justicia,
informándole que se iba a ir con la mamá de su mamá, y porqué.
Su
primera reacción fue llantos y gritos, se le explicó quiénes
eran ante su enojo y desconfianza. Se le muestran fotos de
cuando era chiquita con los padres teniéndola en brazos, su
descreimiento sigue porque dice que esas fotos eran nuevas, la
abuela le explica que son nuevas porque fueron recientemente
ampliadas de unas viejas que estaban esperándola en su casa.
Observando una de las últimas fotos de la época en que vivía con
sus padres, comenta que era bastante parecida a una que había en
la casa en que vivía.
La
abuela piensa que debía ser una foto que le habrían tomado
después del secuestro. La nena miraba las fotos y por momentos
lloraba, entonces la abuela menciona el nombre con el que
llamaba a su papá, que era una deformación del mismo que por su
corta edad no podía pronunciar bien, la niña empieza a llorar a
los gritos, luego se queda dormida.
Sale
de Tribunales de la mano del Dr. D'Alessio y parte hacia su
casa. Con su familia, en la misma examina fotos, parece
reconocer lugares a los que se acerca sin pedir ayuda, es la
casa en que tantas veces estuvo con sus padres cuando era
chiquita. Esa noche duerme tranquila.
La
lucha judicial ahora reaparece ante el pedido de visitas de los
apropiadores a los que la familia se opone porque se pudo probar
que el apropiador perteneció a las fuerzas de seguridad,
formando parte de una repartición en donde funcionó un centro
clandestino de detención.
La
justicia, a pesar de la negativa de la niña, la obliga a una
entrevista, en donde le plantea a los apropiadores porque le
mintieron y donde están sus padres. Ellos continúan diciendo que
son los padres sanguíneos. (Cabe aclarar que siempre se negaron
a exámenes para probar dicha consanguinidad).
Con
posterioridad la Cámara Federal, aceptando el daño psíquico a
que se la exponía, no vuelve a otorgar visitas. Los apropiadores
son condenados a cumplir cárcel, no eximible para el hombre,
pero ambas penas nunca fueron ejecutadas, quedando en suspenso.
A pesar de la restitución, recién en marzo de 1988 se le
entregan los documentos con su nombre y apellidos legítimos.
Una
niña es secuestrada, desaparece con sus padres. En un mismo acto
de apropiación la hacen desaparecer de un linaje y sistema de
parentesco para hacerla aparecer, pero perteneciente a otro, le
cambian los años, el apellido, simulan un parto, falsifican
partida de nacimiento, pero ella logra retener su nombre.
Se
la somete a una situación en donde lo familiar se vuelve extraño
y lo extraño familiar, que nos recuerda lo trabajado por Freud
en Lo Siniestro.
Se
la fuerza a borrar toda huella de su origen, despojándola de sus
padres. Se la obliga a cortar con su historia, su pasado, los
ideales familiares, con sus referencias témporo-espaciales, con
un proyecto identificatorio.
En
el acto de apropiación es violentamente incluida en un sistema
de parentesco a través de una filiación narcisista que desconoce
y reniega de la filiación instituida por los padres de origen.
Esta
filiación narcisista la podemos considerar engendrada por la
cabeza amparada en el terrorismo de estado, y que aparece como
prolongación del propio narcisismo de los apropiadores y en el
que el triunfo sobre los padres de origen debe perpetuarse más
allá de su desaparición. Aquí imperan mecanismos de renegación
de alto riesgo psíquico, porque siendo ellos mismos los autores
del hecho ilícito, se manejan «como si» nada hubiese sucedido,
impregnando la crianza de la niña.
Se
produce así un hecho traumático pues la cantidad de excitación
producida rompe el aparato protector de estímulos, impidiéndose
la elaboración de lo sucedido, debiendo apelar a mecanismos de
defensa primitivos que le permitan la supervivencia.
Este
peligroso lugar de falsificación crea una situación perversa
porque se pervierte la función, pues ahí donde debe existir un
mito de los orígenes desde donde construir un lugar para vivir,
hay silencio, que puede generar un vacío de sentido que conduzca
a la producción de enunciados delirantes, en ésta o en próximas
generaciones, que cubra esa ausencia de significación.
Gracias a esta Creación delirante el yo se preservaría un acceso
al campo de las significaciones para funcionar con una aparente
y frágil normalidad.
La
niña, en esta situación, corre el riesgo de funcionar como
objeto fetiche para sus apropiadores, que la podían atender en
lo relacionado con sus necesidades corporales. Pero su deseo,
placeres, actividades y su sexo, no son referidos a su relación
con sus padres de origen (filiación instituida), con su historia
y con su futuro y esto puede ser vivido como si su único valor,
en tanto niña, fuese orgánico, interpretando para sobrevivir, el
rol que se le asigna como de un objeto con el costo psíquico que
implica.
En
esta niña hay un punto de resistencia a la apropiación de su
subjetividad, su nombre. Éste tiene primordial importancia pues
asegura su conexión narcisista y contribuye a la articulación
entre lo real del cuerpo y el cuerpo simbólico. El nombre es el
primer fonema en relación a la vida, es el que la sostiene y es
el significante de la relación con sus padres, en especial la
madre y que luego será retomado por todos en la sociedad.
Ubicada la niña se logra la restitución que podemos pensarla
como un «regreso a la vida», en tanto la saca de una situación
ominosa, produciendo un reordenamiento simbólico que le
permitirá elaborar lo vivido. Este corte, a la manera de una
castración simbolígena, la reconecta con sus orígenes y con
aquellos, sus padres, aun en su ausencia, que la habían
anticipado imaginariamente antes de nacer y le habían dado un
lugar simbólico de hija, resultado de un deseo en relación a una
historia y a un sistema de parentesco. A partir de ahí, en
conexión temporal y causal con su historia, podrá repensar su
lugar.
La niña llora a gritos cuando su abuela nombra el nombre con que
llamaba a su padre, momento de develamiento para el psiquismo
que provoca horror al conectarla con un sonido «olvidado» que la
devuelve a imágenes que parecían ignoradas por ella.
La
apelación al nombre del padre funciona conectándola con su
filiación de origen, devolviéndola a una legalidad en la que el
deseo no puede realizarse sin ley. Conozco a la niña en los
últimos meses del año 85, momento en que la abuela materna se
plantea la posibilidad de solicitar tratamiento para su nieta.
Ella se adelanta y le pide a un familiar muy cercano que me
conocía si yo podría hacerme cargo de su terapia.
A
las primeras entrevistas concurren la niña y su abuela.
Permanecía casi en silencio y expectante, dejando que hablara su
abuela, pero observando muy atentamente. Tenía a su disposición
juguetes y elementos para granear y modelar.
En
la segunda entrevista toma plastilina y comienza a extenderla
sobre una hoja hasta cubrir una parte de la superficie pero la
deja inconclusa. Propongo abrir un espacio y un tiempo para
evaluar si era posible iniciar un trabajo analítico juntas, por
lo tanto vamos arreglando los horarios por vez. Para la tercera
entrevista propongo un horario al que su abuela no puede
concurrir, la niña pide que otro la acompañe pues quiere venir.
Debo
aclarar que para su seguridad personal se trasladaba en auto con
custodia policial armada, que la cuidaba las 24 horas, por orden
judicial, dado las amenazas del apropiador al hacerse efectiva
la restitución. La custodia se mantuvo hasta la obtención de sus
documentos legales.
A
partir de ese momento entra sola al consultorio, con el tiempo
se ocupa del pago de los honorarios y se las arregla para que yo
tuviese el menor contacto posible con su familia. Propone
juegos, dramatizaciones, dibujos, trae a sus muñecas, unas
barbies con su ropita. Al tiempo observo que se traslada con
toda la ropita y cosas de sus muñecas, a la manera de la
hormiguita viajera, siempre con su equipaje a cuestas.
Comienzan a aparecer otros aspectos que llaman mi atención: está
absolutamente pendiente de mí, de mi aspecto, de mis gestos, de
los objetos del consultorio, podría registrar hasta el mínimo
cambio o cada uno de los objetos nuevos, haciendo preguntas
sobre ellos. También registraba olores y sonidos ínfimos,
parecía que nada escapaba a su percepción.
En
una sesión usa un marcador nuevo con punta fina, ese mismo
marcador otra paciente lo rompe y yo lo repongo. A la sesión
siguiente ella lo usa y comenta: «¿Compraste uno nuevo no?».
En
otra ocasión, un par de horas antes de atenderla tengo una
entrevista con el papá de otro paciente que es dentista: en su
sesión, al entrar dice: «que olor a dentista, ¿vino uno no?».
Ninguno de mis pacientes anteriores lo había notado.
En
transferencia hay un trabajo de recuperación de las vivencias
sensoriales a través de lo olfativo, visual, auditivo que
parecen reconectarla con sus representaciones más arcaicas, que
quizá fueron a las que tuvo que aterrarse para sobrevivir y no
perder sus representaciones del bebé que fue, cuando al sacarle
los dos años de vida, la llevan a desmentir lo relacional vivido
hasta ese momento.
Luego de unas vacaciones de verano habíamos combinado el día
para reiniciar las sesiones, que era a mitad de semana. Pero el
día lunes me llama por teléfono a mi casa y con voz temblorosa
dice que fue al consultorio y yo no estaba, le recuerdo lo que
habíamos arreglado, pero no puede escucharme: sigue reclamando y
llorando repetía, si yo fui, ¿por qué vos no estabas?
Al
retomar en sesión la pregunta que le provoca angustia, ¿por qué
no estabas? recuerda que en sus vacaciones, que transcurren en
el país de su secuestro, al entrar a un parque con una amiga, y
acompañadas por las abuelas de ambas, comienza a hablar como un
bebé. Era el parque donde fue secuestrada cuando paseaba con su
madre.
La
angustia de la pregunta que la conecta con el recuerdo de lo
vivido permitió abrir nuevas vías de significación para el
sufrimiento padecido, que así pudo ponerse en historias trabajo
psíquico necesario, ya que el yo no puede pensarse desposeído de
la historia que vivió.
Durante muchas sesiones dibujaba su inicial de distintas formas
y perspectivas. La primera letra del apellido coincidía con la
de sus apropiadores. Luego de muchas pruebas, cambios y
tachaduras, surge su nombre y apellidos una y otra vez. Coincide
con la entrega de su documento de identidad legítimo, momento
largamente deseado por ella y también con el pedido de dejar en
suspenso el tratamiento; así lo convinimos. Al despedirse me
pide mi tarjeta por si necesita llamarme.
Un
día llama muy angustiada. Quiere verme. En la entrevista relata
que hace unos días, al salir de su casa, se encuentra con el
apropiador que la estaba esperando y la llamaba, queda muy
sorprendida entre el miedo y la rabia, le da la espalda y se va,
pero antes le saca la lengua en gesto enojado.
Pide
ver al Juez rogándole que haga algo para que no la molesten. El
Juez le dice que con estos hechos se va a tener que enfrentar
porque así es la vida. Está más enojada con el Juez, porque no
hace nada para protegerla, y más tranquila con ella misma porque
al alejarse pudo sacarle la lengua, «no se me ocurrió otra
cosa».
Para
esa época ya empieza a manejarse sola y piensa diversas formas
para arreglarse, llevaba fichas de teléfono, la llave de su casa
colgada del cuello para no olvidársela y se sabía de memoria
números de teléfonos y direcciones de familiares y amigos.
En
el año 90 vuelve y solicita retomar el tratamiento, otras
cuestiones la traen, casi con catorce años, ya iniciado el
colegio secundario, sus preocupaciones estaban ligadas a su
despliegue social, a las preguntas sobre sexualidad, su
reacomodación familiar, su relación con su abuela. También
asoman nuevas preguntas, aparecen sueños, recuerdos. El arduo
trabajo de duelo sobre sus padres desaparecidos continúa.
Luego de un año y medio nuevamente un impasse; pide dejar por un
tiempo. Dice que si se pelea mucho con su abuela quizá vuelva
más rápido. Su mira esta puesta en el grupo de pares y a la
búsqueda de nuevos intereses.
Nos
volvemos a ver en el Seminario Internacional sobre Identidad.
Filiación. Restitución, organizado por Abuelas de Plaza de Mayo,
a principios de ese año. Se acerca a saludarme y me cuenta que
me había traído un regalo que compró en sus vacaciones y que
siempre quería llamarme para llevármelo. Sus vacaciones fueron
nuevamente en el país del secuestro. Al día siguiente me cuenta
preocupada que se lo olvidó en su casa y que cuando lo compró lo
envolvió varias veces para que no se estropeara, que iba a
traerlo por la tarde, si se acordaba.
Ese
día yo coordinaba la asamblea de cierre, ella se acerca a la
mesa entre medio de toda la gente y me entrega el regalo, es un
paquetito envuelto muy cuidadosamente, que conservó en mis manos
hasta la terminación del acto. Era una cajita, yo no sabía dónde
ponerla porque ningún lugar me ofrecía garantía suficiente para
su preservación, así la cajita continuaba cuidadosamente
guardada a la espera de un lugar visible a la mirada, pero
seguro.
Luego cuando pude ubicarla, pude pensar. Creo que la cajita
entregada en público, en su valor metafórico, articula un
recorrido que iniciado en el grito lanzado para retener su
nombre, retomado en el llanto al reconocer el nombre de su
padre, culmina en la pregunta angustiosa del por qué no estás.
Objeto traído del país del secuestro a mis manos para que no se
pierda y le encuentre lugar, que le permite a ella echarse a
volar por nuevos rumbos sin temer una ausencia sin
significación.
La
cajita tiene en su tapa grabada la paloma de la paz.
Bibliografía:
Aulagnier, P. Observaciones sobre la estructura psicótica.
Carpeta sobre Psicosis. Ed. Letra Viva, Buenos Aires, 1975.
----- La violencia de la interpretación. Ed. Amorrortu, Buenos
Aires, 1977.
----- El aprendiz de historiador y el maestro brujo. Ed.
Amorrortu, Buenos Aires, 1986.
----- Alguien ha matado algo. Asoc. Escuela de Psicoterapia para
Graduados. Revista N° 14. Buenos Aires, 1987.
----- Nacimiento de un cuerpo. Origen de una historia. Cuerpo.
Historia e Interpretación. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1991.
Chevance-Bertin, Marie Paséale Memorias para lo Impensable.
París, 1987.
Freud S.: Lo ominoso. Tomo XVII.
----- Fetichismo. Tomo XXI.
----- Mas allá del Principio del Placer. Tomo XVIII.
----- La escisión del yo en el proceso defensivo. Tomo XXIII.
Ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Herrera, M. y Tenembaum, E. Identidad. Despojo y Restitución.
Editorial Contrapunto, Bs. As.
Lo Giúdice, A. Informes psicológicos a Juez Federal y a la
Cámara Federal del año 1985 al año 1988.
Nosiglia, J. Botín de Guerra. Ed Cooperativa Tierra Fértil,
Buenos Aires, 1985.
Puget, J.; Kaes, R. (Comp.) Violencia de Estado y psicoanálisis.
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1991.
Ulloa, F., La ética del analista frente a lo siniestro.
Winnicott, D. Realidad y juego. Ed. Granica, España, 1981.
Asoc. Abuelas de Plaza de Mayo Discursos de Apertura del
Seminario Sobre Identidad y Restitución. Buenos Aires, 1988.