E
La propuesta de este escrito es pensar
la función del psicoanalista en una Institución de Salud Mental;
propuesta que me lleva, de manera necesaria, a interpelar un hacer,
una práctica. Para situar una práctica posible, habrá que comenzar
por diferenciar el marco
institucional –inmerso en el Orden Social – del dispositivo de la
cura en psicoanálisis.
El analista que trabaja en
una Institución, trabaja atravesado por el discurso del
psicoanálisis. Cómo responder entonces, desde el psicoanálisis
aplicado en el marco de la Salud Mental en un Servicio de
Adicciones, a quienes demandan atención allí.
Tomando como referencia la siguiente cita de Lacan, propongo como
punto de partida una reflexión acerca del estatuto del significante
“soy adicto” que nombra a modo de presentación a muchos de los
sujetos que consultan por una problemática de consumo.
“Toda dimensión del ser se produce en la corriente del discurso del
amo, de aquel que, al proferir el significante, espera de él lo que
es uno de sus efectos de vínculo, que no hay que descuidar, y que
depende del hecho de que el significante manda. El significante es
ante todo imperativo.”
Acerca de la experiencia
moral y sus efectos
“Soy
adicto” es el nombre que trae a la consulta a algunos sujetos, a
veces empujados por la voluntad de otros, otras veces por la
urgencia o el temor provocado por situaciones de riesgo y, en el
mejor de los casos, por un padecimiento subjetivo, un malestar que
ya no se logra mitigar por el recurso al consumo de sustancias.
En
ocasiones, dirán: “Vengo por la causa”, y será entonces un oficio
judicial lo que los trae, en cuyo texto se “ordena” dar cumplimiento
con la “pena impuesta”, consistente en realizar un tratamiento
psicológico, sobre el cual el juzgado tomará intervención en su
seguimiento y control.
Del
otro lado, del lado de quienes estamos allí para responder a esa
demanda, desde un marco institucional fragmentado en instancias cada
vez más especializadas, se espera una cierta eficacia evaluada en
términos de "desintoxicación" y "rehabilitación" con tiempos
estimados para tal fin.
De
este modo, lo que podemos llamar, con Lacan,
“la experiencia
moral”
hace referencia a la sanción, y ubica además la relación del
hombre con su acción, señalando una dirección, una tendencia, un
bien al que convoca, engendrando un ideal de conducta.
Estos
elementos –que constituyen lo que se podría definir como el universo
particular en el que se sitúan estas
“nuevas normas para lo
patológico”–,
responden a un discurso en el que se asienta el orden social,
discurso de la voluntad, de la legislación, de la totalización: se
trata del discurso del amo, cuya condición es el desconocimiento del
sujeto en su división.
Será
desde este discurso como se sostiene la ilusoria identidad entre el
sujeto y un significante que lo nombra; será desde allí como se hace
posible una identificación que defina su posición en la
civilización, posición que en el mundo actual lo deja fijado en la
más pura exclusión y afectación de sus derechos.
“Soy
adicto” hace referencia a una identificación espontánea del cuerpo
con el ser. Se trata de un defecto de identificación, “ser un
cuerpo” y no “tener un cuerpo”. Se habla de defecto porque la
identificación del hombre no es al cuerpo sino al saber, un saber
que lo desprende del puro orden natural.
Para
plantear en este contexto una clínica posible, es necesario ubicar
entonces, que el marco institucional se apoya en una lógica diversa
a la que sostiene el dispositivo de la cura. Será en este
dispositivo donde debe operar una ficción que haga entrar la
imposibilidad, el no-todo inherente al campo simbólico en que el
viviente se constituye como sujeto humano.
Cito
en este punto a Lacan, que al abordar el tema de la ética del
psicoanálisis la ubica como una dimensión que
“aporta algo nuevo acerca
de la manera en que debemos responder, en nuestra experiencia, a la
demanda del enfermo, a la cuál nuestra respuesta da su exacta
significación; una respuesta cuya disciplina debemos conservar
severamente para impedir que se adultere el sentido, en suma
profundamente inconsciente, de esa demanda.”
Al
hablar de sentido inconsciente, estamos introduciendo la
singularidad del sujeto, su división, división que solo se alcanza
dejándolo hablar. El efecto de vínculo solo es posible entre los que
hablan, y esto debe propiciarse, tanto en la entrevista clínica como
en el tratamiento grupal como dispositivo ampliado, necesario para
algunos casos.
Reducir la palabra a su valor moral de código compartido, de
identificación común, sin pasar por la cadena que permite descifrar
su sentido inconsciente no es una práctica sin consecuencias, pues
da cuenta de la caída de la posición de neutralidad y tiene por
efecto una etiqueta, un signo que atenta contra el sujeto y su
posición singular en el deseo.
Acerca de la experiencia
clínica y su carácter suplementario
Llamamos singular a aquello que se presenta destotalizando el orden
moral, el universo previo en el que se enmarca una situación,
señalando su falla, su inconsistencia, su punto de imposibilidad.
Decimos entonces que se plantea la dimensión ética, dimensión que se
abre en el punto de fracaso, de vacilación de un discurso que dice
quién es quién y lo que hay que hacer.
En la
clínica, al enfrentar el caso por caso, la singularidad se alcanza
dándole lugar a la palabra del sujeto, en la instalación de un
paréntesis que permita saber qué se escucha de lo que allí se dice.
Para
ello, resulta necesario tratar el caso más allá de la dificultad,
“más allá del nombre que lo trae”, nombre que toma y encubre la
verdadera demanda.
Una entrevista de admisión
Se
presenta a su primera entrevista en el Equipo de Adicciones de un
Centro de Salud Mental un hombre de 39 años. Entra al consultorio,
se sienta de perfil al escritorio y dirigiendo su mirada hacia otro
lado, comienza a hablar:
“Voy
a hacer un resumen de mi vida. Tengo tres hijas, (dice sus nombres y
edades), consumo desde los 15 años, tomé Mandrax, anfetaminas,
ácidos y después cocaína. A los 30 estuve internado en una Comunidad
Terapéutica durante un año y medio. Luego de esa internación, el
consumo no volvió a ser igual.”
Relata que está divorciado desde hace tres años, y que su ex mujer,
madre de sus hijas, consumía y vendía drogas. Recuerda que el juez
que atendió su causa de divorcio le dijo: “o te vas de tu casa o
te interno en un neuropsiquiátrico”
El año anterior el sujeto
había realizado un tratamiento psiquiátrico y psicológico en un
Hospital Público durante cuatro meses, “por el tiempo
institucional” (aclara). Toma Ribotril desde hace diez años, y
Leribón para poder dormir. Hace un mes, decidió por su cuenta dejar
de tomar estos fármacos.
Muestra una nota en la que
figuran los medicamentos que está tomando desde hace una semana,
cuando –debido a lo que llama “una crisis emocional” consultó
a un psiquiatra de guardia que le recetó: Zoloft, Dormicum y Diocam
(una dosis diaria) y Tranquinal (dos veces al día). Mientras leo la
nota, dice: “Yo soy un drogadicto, le tengo pánico
a las drogas, me dan pánico las drogas legales y las ilegales…no
quiero pensar que son mejores las drogas ilegales que las legales…”
El sujeto tiene una nueva
pareja con la que convivía hasta hace tres semanas. Ubica en ese
momento el episodio que lo lleva a pedir ayuda. Dirá: “Hubo una
ruptura en esa relación. Se juntó la discontinuación de los
medicamentos con los reclamos de estas dos mujeres. Me volví loco,
empecé a romper cosas, tuve una crisis de violencia, tomé cocaína,
hacía un año que no consumía. ¡No sé por qué perdí a mi mujer…a mi
casa! Yo alguna vez supe vivir bien, con mis hijas, cocinaba, tocaba
el piano…”
Luego de este relato,
entre llanto y desesperación dice: “Me duele la repetición
de los hechos…querer sufrir. Vengo acá porque necesito poder hablar
antes de actuar…Yo no quiero las respuestas, quiero emitir las
preguntas”
Hago notar mi escucha de
este enunciado y, repitiéndolo, le doy a ver lo valioso de esas
razones para iniciar un tratamiento.
A partir de ese momento
hace un giro y se acomoda de frente, dirigiéndome la mirada.
Le digo que lo volveré a
ver en dos días, y le comunico mi decisión de ofrecerle un espacio
de dos entrevistas semanales.
Llegando al final del
encuentro, le pregunto porqué eligió consultar en el Equipo de
Adicciones, y explica que en Secretaría le dijeron que había muchos
pacientes en lista de espera para el Equipo de Adultos, “Entonces,
como en Adicciones no había lista de espera, pedí una entrevista en
Adicciones”.
Cierro el encuentro, y
mientras se está retirando dice que le preocupa estar tomando más
alcohol, que el alcohol “lo saca del momento”, y
pregunta si conozco un medicamento que se llama “Revez” que cura las
adicciones.
Le respondo que su apuesta
es otra, venir a este lugar y hablar. Dirá:
“Apuesta”…“Me gustó esa palabra”, y con este enunciado,
se va.
(hasta aquí el recorte de
la entrevista)
* * *
Si se enuncia
una apuesta, entonces se tratará del juego. “El análisis tiene
todos los caracteres del juego”,
dirá Lacan en el Seminario XII, un juego que funda y define otra
realidad, la del discurso analítico. “La realidad toma su lugar
de lo que deviene la pura y simple realidad de la apuesta”.
Quien en este caso
apuesta, llega sabiendo que no se trata de la adicción. Inicia con
un juicio, planteándose el sujeto de entrada, un sujeto que trae una
respuesta que excede la moral de la adicción, una respuesta que
suplementa dicha moral, y que convoca al analista a escuchar e
intervenir sobre una escena que se sitúa más allá del nombre que lo
trae.
El inconsciente interpela
allí a la burocracia, a la lógica del consumo, a un discurso que
nombra a partir de la adherencia a un objeto del mercado. Una moral
queda innecesariamente planteada.
Se presenta también una
interpelación al Orden Jurídico, en un punto en el que lejos de
funcionar como soporte de la ley simbólica, plantea una regulación
de lo “legal” y lo “ilegal” orientada por intereses particulares y
sectoriales. El consumo de ciertas drogas consideradas “ilegales” es
un hecho tipificado por la justicia como un delito en algunos
países, mientras que en otros, el libre consumo es considerado como
un derecho a respetar.
El enunciado
señalado en la intervención como “una valiosa razón para iniciar un
tratamiento”, habla de un sujeto implicado en sus acciones,
interpelado por un padecimiento que toma el carácter de pura
repetición. Será, “a partir de la palabra que se podrá constituir
la cadena inconsciente entre lo que siempre vuelve al mismo lugar y
el sujeto que responde por ello.”
Ese enunciado ubica
también una distancia entre “hablar” y “actuar”. Lo que lo trae a
hablar, lo que llama “una crisis emocional” es el efecto de un
semblante que vacila, que se mueve en la indeterminación. Es allí
donde aparece lo real.
El discurso del analista funda la realidad del inconsciente, hace
entrar lo Otro, lo diverso. Esa otra escena sólo adquiere su
estatuto en la renuncia a todo intento de dominio o educación, de
ortopedia o de adaptación. En ese horizonte no se ubica juicio
alguno acerca de cual es el mejor objeto para el sujeto, sino la
recuperación de su dignidad, de su posición en tanto sujeto. Esto es
lo que sostiene la sabia prescripción freudiana de neutralidad para
quien ocupe allí la función y lo que permite que un análisis culmine
en otra cosa que en una identificación especular, en un engaño de a
dos. Se tratará entonces de interesar al sujeto en su inconsciente,
propiciar un pasaje del “soy adicto” a la pregunta por el “quién
soy”, pasaje que abrirá por la vía del inconsciente, la búsqueda de
los signos de su identificación posible.
La función del
psicoanalista se sostendrá entonces por la puesta en juego de un
tercer jugador que se llama la realidad de la diferencia sexual, que
dice de lo imposible, de lo que no anda. Es el tercer jugador el que
introduce la función de la muerte en la vida. De eso se trata la
dimensión ética. No hablo aquí de la muerte del cuerpo, del riesgo
como borde por el que se puede transitar. “Nada es más contrario
al riesgo que el juego” (8). Al hacer entrar la apuesta se hace
lugar a aquello que puede sacar a un sujeto del riesgo, de la muerte
como destino, como fascinación, causándolo en la espera que el juego
introduce como sentido de la relación del sujeto al saber, la espera
de su lugar en el saber. Se trata de trocar el riesgo por una espera
que se prepara cada vez, en cada encuentro, a lo inesperado.
El juego será la forma propicia de la posición del deseo, el deseo
como operación de un sujeto, que es en su división, la verdadera
apuesta.
En el siguiente apartado se desarrolla un recorte y una lectura de
los dos primeros años de tratamiento de este sujeto, bajo el nombre
“Caso A”.
* * *
Caso A.
A partir de la entrevista inicial que ya he recortado, se inició el
espacio de entrevistas preliminares de un análisis que lleva ya más
de dos años. El recorte que planteo de dicho recorrido, está
orientado por el desarrollo de ciertos puntos que ya enunciados en
esa primera entrevista situaron al sujeto de entrada.
El pánico y el insomnio
“En mi infancia sufrí de insomnio, mis padres no me creían, me
decían: -Vos crees que no dormiste-. Yo me quedaba parado mirándolos
mientras dormían. Veía cosas horribles, había un pasillo y al final
había una heladera que se transformaba como un ser humano que era un
intruso que venía a mi casa a robar y a matar…me daba pánico. Desde
que tengo relación con vos se me están revolviendo los recuerdos.”
Pasado un tiempo de trabajo es posible ubicar un punto de
implicación en esa escena que se repetía en su infancia. Dirá:
“Si tenía miedo, no podía despertar a mis padres, era como si fuera
un fracaso para ellos, un niño a esa hora tiene que estar durmiendo.
Yo quería ser invisible”.
El sujeto ubica en sus 8 años de edad un giro en su vida, situando
allí un pasaje del insomnio y de ser introvertido, a ser el líder de
la pandilla, “un capanga”, admirado y envidiado. “Me convertí en
un personaje con poder, una vecina de 14 estaba enamorada de mí, yo
era un niño, fue mi despertar sexual… ¡soy potente! Pareciera
que en ese simple beso hubiera despertado, como el cuento, al revés,
El Bello Durmiente. Fue un encantamiento.”
Se señala allí que el insomnio queda entonces del lado de la
impotencia.
Dirá: “Ahora me despierto a las cinco de la mañana, esa hora me
trae fantasmas, de mi niñez, de las noches de droga. Cuando no puedo
dormir estoy muerto de miedo, y cuando tengo miedo hago cualquier
cosa.”
Durante el primer año de tratamiento, eran recurrentes las noches de
insomnio, síntoma que también llevaba a sus consultas con el
psiquiatra que controlaba su medicación, reducida para entonces a un
antidepresivo y un inductor del sueño.
Las frecuentes situaciones en que al no poder dormir deambulaba solo
por las calles, alcoholizándose en las terminales de ómnibus,
entrando en situaciones de riesgo y violencia, hacen lugar a la
intervención que señala la necesidad de pasar de “lo público” a “lo
privado”, pasaje que se introduce en lo real indicando la
finalización del tiempo Institucional para este tratamiento, luego
de más de un año de trabajo en el Centro de Salud.
Este pasaje precipitó además la posibilidad para el sujeto de
conseguir un trabajo. Dirá: “Estoy trabajando y los fantasmas
pasan a un segundo plano, es una oportunidad desde otro lugar, me
ordena, me saca pensamientos perturbadores, me siento integrado a
una multitud, entre pares, las actividades rutinarias me ayudan a
encontrar el norte, a que exista el día y la noche.”
Los
“reclamos de las mujeres” y lo que “lo saca del momento”
“Cuando estaba por cumplir
14 años, mi madre un día me fue a buscar al colegio, me subió a un
taxi y me dijo: -Nos vamos a Brasil-, mi padre era docente
universitario, había recibido amenazas, era en el ‘76, la Dictadura
Militar. Vivimos allá un tiempo y regresamos, a los pocos meses no
quise estudiar más electrónica, no quise hacer más nada, y ahí la
droga.”
“Alcohol tomé por primera vez a los 9 años, y fumé mi primer
cigarrillo, era un Big-Ben, me lo dio esa vecina de 14 años. Es como
que alguien te quiere…drogar”.
Este intervalo posibilita una intervención que equivoca y deja
abierto el enunciado: “Es como que alguien te quiere…”
“Siempre necesité esos condimentos, mis relaciones con las mujeres
fueron relaciones de drogas… yo con Paola no me drogué, ella es
N.A.”
Se interviene señalando que entonces “no-siempre fue necesaria la
droga”.
“Si, pero después vino la
crisis, ella insistía en tener un hijo conmigo. Dejar de consumir
sería traicionar lo que me protegió: las drogas y el alcohol.”
Con respecto a lo que
ubica ya en la primera entrevista como “Los
reclamos de estas dos mujeres”, refiere en varias
ocasiones a una intención y un propósito oculto en ellas,
“Alguien quiere algo de mí por atrás, quiere tomar posesión de mí…o
cedo, o desagrado.” “Yo las fascino y me fascino con eso, cuando
baja la fascinación, me aburro, pierdo el interés ¿y esta quién es?,
ahí es cuando quiero desagradar, armo escándalos para desaparecer
del mapa, mi manera de salir de ahí es violenta.”
Este “querer desagradar”,
no sin ayuda de los tóxicos, se pone en juego en la transferencia en
algunos encuentros en los que llega alcoholizado, en estado de
abandono, refiriendo haber estado varios días sin comer, sin bañarse
y sin dormir. En una oportunidad en la que llega de ese modo,
comienza a preguntar “¿Yo te fallo?, ¿Porqué me elegís? … yo no
quiero frustrar tu trabajo…Hoy voy a aprovechar este estado para
seguir diciendo…” En ese punto se interrumpe la entrevista
diciéndole que así es imposible el trabajo y que en el próximo
encuentro podrá decir lo que tiene para decir. Esta intervención lo
lleva a enunciar en el siguiente encuentro: “Estuve pensando en
la sesión negra, en la sesión perdida, en esos estados no soy yo, no
lo manejo, el contexto me lleva a actuar…”
Interrogado por este
enunciado, responde con un giro que lo implica en su hacer, pasando
del “no soy yo” al “yo no veo”. A partir
de allí, el “no ver” se desprende de las situaciones de consumo y
comienza a ser ubicado en otras escenas, funcionando a modo de señal
y permitiéndole advertirse de situaciones en las que no encuentra
recursos simbólicos para responder. Más adelante dirá: “El tema,
cuando yo no veo es que tampoco me veo yo, si en esos momentos me
pusieran frente a un espejo, seguro que no me veo.”
En una ocasión A. Cuenta
que está yendo a los grupos de “doble A” haciendo referencia a los
grupos de Alcohólicos Anónimos. Dice: “Estar ahí me
hace ver ese viejo disfraz que ya no tiene éxito, ahora estoy
desubicado, no me siento ubicado en un lugar…es el contraste de ver
lo que no soy, no sé porqué trato de ser lo que no soy, de estar en
un lugar que no es mi lugar.”
Las expectativas de sus
padres
En una ocasión en que hace
referencia a que hace 40 años que “quiere llegar a puerto”, se le
señala que dijo tener 39, a lo que responde: “Es cierto, tengo
39, hay un año más…mi madre perdió cinco embarazos de siete meses
antes de tenerme…fui el único sobreviviente, yo podía haber sido el
anterior…después de perder cinco embarazos las expectativas que se
ponen en ese personaje deben ser grandilocuentes” En otro
momento dirá: “Los días de mi cumpleaños he estado al borde de la
muerte…si no estoy al borde de la muerte todo es blanco y negro, lo
otro es technicolor, hay un glamour y un peligro que hace que las
cosas sean interesantes.”
A partir de entonces, los
significantes “único” y “grandilocuente” se recortan como
privilegiados y recurrentes en el discurso del sujeto. Lo
grandilocuente aparecerá ligado a lo desmedido, a lo desfasado, a lo
que obnubila y fascina; el significante “único” aludirá a “solo”,
“del otro lado”, “arriba”, alusiones que tienen en común la
autoexclusión y la pérdida del lazo al otro, al semejante. En ese
punto puede ubicar los efectos de su anterior internación en una
Comunidad Terapéutica por tratarse de “un tratamiento entre pares”,
como así también los efectos de “compararse con otros” en las
“colas” para las entrevistas de trabajo haciendo referencia en esas
relaciones a la disciplina, las normas, el orden, mediaciones estas
que le han posibilitado poner en función recursos simbólicos con los
que por momentos no contaba.
Respecto de su padre dirá
“mi padre quería tener una mujer y no un varón, cuando estaba en
la panza, él le hablaba a una mujer, ahora yo tengo tres mujeres.”
“Mi padre quiere que sea lo que no soy” “Mi padre es un tipo que
durante mi vida se ha borrado bastante, el tipo se las tomaba.”
La figura de su padre
queda ligada en varios enunciados a la de las mujeres, ellas
“quieren cambiarme”, ubicando que, al igual que su padre, sus
partenaires se convierten en una amenaza, nombrada a veces como
“conjura” otras como “complot” o “conspiración.
La relación a la música
¿Una identificación posible?
“La música es mi alma
desnuda. En los primeros años de mi adolescencia estuve encerrado en
mi habitación hasta que aprendí a tocar. El día que encerrado en el
cuarto aprendí a poner los dedos, lo recuerdo como algo intenso, con
resultados rápidos y lleno de energía…me llegaron hasta a sangrar
los dedos, fue pasional”. “La música que yo hago completa un círculo
y me satisface a mí mismo.”
Desde entonces, y hasta
hace unos años su relación a la música quedo ligada a lo
clandestino, a la noche, al desborde, y a aquello por lo que las
mujeres primero “se fascinaban” y luego “le querían quitar”.
“Yo para hacer música no
necesito a nadie, conmigo es suficiente. En la música estoy arriba
del escenario, si uno es un artista tiene que estar solo en esta
vida, el que llega arriba no tiene una mujer que lo espere”.
Interrogado por la palabra “arriba” que repite, refiere a “otro
nivel” y ubica una pirámide: “Cuando estás arriba
querés que esa sensación siga y siga, cuando estás en la base de la
pirámide, cuando bajas del escenario decís ¿Y ahora que hago con
todo esto? Y ahí el alcohol, y después la droga, para no bajar. Es
diferente cuando el alcohol es una recompensa, una buena cena con un
buen vino, que cuando el alcohol es lo que evita la caída.” “Sé que
así pude rellenar ese vacío, pero ahora quiero saber que me pasa con
esa angustia”
Al encuentro siguiente
trae un sueño en el que está con sus hijas en una playa donde hay
gente drogada y alcoholizada. Dice: “Yo no quería estar con esa
gente, yo no podía cumplir con las expectativas de mis hijas…”
Cuando se recorta la palabra “expectativa” señala que la música iba
en contra de las expectativas de sus padres, de sus parejas, de su
familia, “para mis padres, si tocaba, no iba a hacer nada más”…”Si
no cumplo con las expectativas de los otros, la música se transforma
en un reviente.”
Poco después de que es
enunciada en el marco del análisis la relación entre la música y el
consumo de sustancias, A. es convocado a trabajar como productor
musical de un grupo, lo que le abre la posibilidad de editar un
disco incluyendo temas de su propia autoría y de comenzar a generar
dinero, no sin dificultad, a partir de este trabajo.
En varias entrevistas se
muestra causado por las relaciones que encuentra entre la música y
el análisis, ubicando que para él ambas cosas se conjugan, las
“sesiones de grabación” y las “sesiones de análisis”. “Estoy
encontrando una ecualización más perfecta, voy moviendo las perillas
hasta que es ese el sonido que quiero para el instrumento, y cuando
se encuentra, es uno, y todo lo demás queda atrás, es puro ruido.”
La no-relación y los
sueños
Durante un período del
análisis A. relata varios sueños, en diferentes escenarios, ubicando
la particularidad de que “convergen siempre en un mismo lugar”.
“Me encuentro en un salón lleno de pianos de diferentes tamaños y
contexturas, se me permite tocarlos. Cuando voy a tocar, uno, otro,
porque me gusta, las teclas se achican desde lo finito con lo cual
mis dedos no entran en las teclas, es frustrante, empieza siendo una
situación atractiva y termina siendo bochornosa. Siento vergüenza
por no poder tocar bien, como que mis dedos no fueran apropiados
para esas teclas, estoy descajetado, siento impotencia, y se me
ocurre ¿Porqué tengo que estar acá?, tendría que estar parado
mirando como otro toca ese piano con teclas diminutas. Es bochornoso
porque hay otros que me están mirando, hay mucha expectativa por lo
que estoy por hacer, hay pares, músicos, y otra gente que desde
afuera mira también. Tocar me da placer, pero no con el instrumento
equivocado.”
Lacan, J.: El Seminario Libro 20 “Aún” Ed.
Paidós Cap. III. pág. 43
Lacan, J.: El Seminario Libro 7 “La Ética del
Psicoanálisis” Ed. Paidós Cap. I pág. 9/10
Lacan, J.: Seminario XII “Problemas cruciales
para el Psicoanálisis”, Clase 16 del 19/5/65
Lacan, J.: Seminario XII “Problemas cruciales
para el Psicoanálisis”, Clase 16 del 19/5/65
Laurent, E.: “Psicoanálisis y Salud Mental”,
Ed. Tres Haches, pág.87
er el plazo.