COMENTE ESTE ARTÍCULO Y ENCUENTRE OTROS COMENTARIOS

Inicio

 

Materiales Textos y artículos

 

Acerca de las patologías que nombran. Reflexiones éticas.
Carew, Viviana

 

DESCARGAS

 

     

E

La propuesta de este escrito es pensar la función del psicoanalista en una Institución de Salud Mental; propuesta que me lleva, de manera necesaria, a interpelar un hacer, una práctica. Para situar una práctica posible, habrá que comenzar por diferenciar el marco institucional –inmerso en el Orden Social – del dispositivo de la cura en psicoanálisis.

El analista que trabaja en una Institución, trabaja atravesado por el discurso del psicoanálisis. Cómo responder entonces, desde el psicoanálisis aplicado en el marco de la Salud Mental en un Servicio de Adicciones, a quienes demandan atención allí. Tomando como referencia la siguiente cita de Lacan, propongo como punto de partida una reflexión acerca del estatuto del significante “soy adicto” que nombra a modo de presentación a muchos de los sujetos que consultan por una problemática de consumo. “Toda dimensión del ser se produce en la corriente del discurso del amo, de aquel que, al proferir el significante, espera de él lo que es uno de sus efectos de vínculo, que no hay que descuidar, y que depende del hecho de que el significante manda. El significante es ante todo imperativo.”[1]

 

Acerca de la experiencia moral y sus efectos

“Soy adicto” es el nombre que trae a la consulta a algunos sujetos, a veces empujados por la voluntad de otros, otras veces por la urgencia o el temor provocado por situaciones de riesgo y, en el mejor de los casos, por un padecimiento subjetivo, un malestar que ya no se logra mitigar por el recurso al consumo de sustancias.

En ocasiones, dirán: “Vengo por la causa”, y será entonces un oficio judicial lo que los trae, en cuyo texto se “ordena” dar cumplimiento con la “pena impuesta”, consistente en realizar un tratamiento psicológico, sobre el cual el juzgado tomará intervención en su seguimiento y control.

Del otro lado, del lado de quienes estamos allí para responder a esa demanda, desde un marco institucional fragmentado en instancias cada vez más especializadas, se espera una cierta eficacia evaluada en términos de "desintoxicación" y "rehabilitación" con tiempos estimados para tal fin.

De este modo, lo que podemos llamar, con Lacan, “la experiencia moral”[2] hace referencia a la sanción, y ubica además la relación del hombre con su acción, señalando una dirección, una tendencia, un bien al que convoca, engendrando un ideal de conducta.

Estos elementos –que constituyen lo que se podría definir como el universo particular en el que se sitúan estas “nuevas normas para lo patológico”[3]–, responden a un discurso en el que se asienta el orden social, discurso de la voluntad, de la legislación, de la totalización: se trata del discurso del amo, cuya condición es el desconocimiento del sujeto en su división.

Será desde este discurso como se sostiene la ilusoria identidad entre el sujeto y un significante que lo nombra; será desde allí como se hace posible una identificación que defina su posición en la civilización, posición que en el mundo actual lo deja fijado en la más pura exclusión y afectación de sus derechos.

“Soy adicto” hace referencia a una identificación espontánea del cuerpo con el ser. Se trata de un defecto de identificación, “ser un cuerpo” y no “tener un cuerpo”. Se habla de defecto porque la identificación del hombre no es al cuerpo sino al saber, un saber que lo desprende del puro orden natural.

Para plantear en este contexto una clínica posible, es necesario ubicar entonces, que el marco institucional se apoya en una lógica diversa a la que sostiene el dispositivo de la cura. Será en este dispositivo donde debe operar una ficción que haga entrar la imposibilidad, el no-todo inherente al campo simbólico en que el viviente se constituye como sujeto humano.

Cito en este punto a Lacan, que al abordar el tema de la ética del psicoanálisis la ubica como una dimensión que “aporta algo nuevo acerca de la manera en que debemos responder, en nuestra experiencia, a la demanda del enfermo, a la cuál nuestra respuesta da su exacta significación; una respuesta cuya disciplina debemos conservar severamente para impedir que se adultere el sentido, en suma profundamente inconsciente, de esa demanda.”[4]

Al hablar de sentido inconsciente, estamos introduciendo la singularidad del sujeto, su división, división que solo se alcanza dejándolo hablar. El efecto de vínculo solo es posible entre los que hablan, y esto debe propiciarse, tanto en la entrevista clínica como en el tratamiento grupal como dispositivo ampliado, necesario para algunos casos.

Reducir la palabra a su valor moral de código compartido, de identificación común, sin pasar por la cadena que permite descifrar su sentido inconsciente no es una práctica sin consecuencias, pues da cuenta de la caída de la posición de neutralidad y tiene por efecto una etiqueta, un signo que atenta contra el sujeto y su posición singular en el deseo.

 

Acerca de la experiencia clínica y su carácter suplementario

Llamamos singular a aquello que se presenta destotalizando el orden moral, el universo previo en el que se enmarca una situación, señalando su falla, su inconsistencia, su punto de imposibilidad. Decimos entonces que se plantea la dimensión ética, dimensión que se abre en el punto de fracaso, de vacilación de un discurso que dice quién es quién y lo que hay que hacer.

En la clínica, al enfrentar el caso por caso, la singularidad se alcanza dándole lugar a la palabra del sujeto, en la instalación de un paréntesis que permita saber qué se escucha de lo que allí se dice.

Para ello, resulta necesario tratar el caso más allá de la dificultad, “más allá del nombre que lo trae”, nombre que toma y encubre la verdadera demanda.

 

Una entrevista de admisión

Se presenta a su primera entrevista en el Equipo de Adicciones de un Centro de Salud Mental un hombre de 39 años. Entra al consultorio, se sienta de perfil al escritorio y dirigiendo su mirada hacia otro lado, comienza a hablar:

“Voy a hacer un resumen de mi vida. Tengo tres hijas, (dice sus nombres y edades), consumo desde los 15 años, tomé Mandrax, anfetaminas, ácidos y después cocaína. A los 30 estuve internado en una Comunidad Terapéutica durante un año y medio. Luego de esa internación, el consumo no volvió a ser igual.”

Relata que está divorciado desde hace tres años, y que su ex mujer, madre de sus hijas, consumía y vendía drogas. Recuerda que el juez que atendió su causa de divorcio le dijo: “o te vas de tu casa o te interno en un neuropsiquiátrico”

El año anterior el sujeto había realizado un tratamiento psiquiátrico y psicológico en un Hospital Público durante cuatro meses, “por el tiempo institucional” (aclara). Toma Ribotril desde hace diez años, y Leribón para poder dormir. Hace un mes, decidió por su cuenta dejar de tomar estos fármacos.

Muestra una nota en la que figuran los medicamentos que está tomando desde hace una semana, cuando –debido a lo que llama “una crisis emocional” consultó a un psiquiatra de guardia que le recetó: Zoloft, Dormicum y Diocam (una dosis diaria) y Tranquinal (dos veces al día). Mientras leo la nota, dice: “Yo soy un drogadicto, le tengo pánico a las drogas, me dan pánico las drogas legales y las ilegales…no quiero pensar que son mejores las drogas ilegales que las legales…”

El sujeto tiene una nueva pareja con la que convivía hasta hace tres semanas. Ubica en ese momento el episodio que lo lleva a pedir ayuda. Dirá: “Hubo una ruptura en esa relación. Se juntó la discontinuación de los medicamentos con los reclamos de estas dos mujeres. Me volví loco, empecé a romper cosas, tuve una crisis de violencia, tomé cocaína, hacía un año que no consumía. ¡No sé por qué perdí a mi mujer…a mi casa! Yo alguna vez supe vivir bien, con mis hijas, cocinaba, tocaba el piano…”

Luego de este relato, entre llanto y desesperación dice: “Me duele la repetición de los hechos…querer sufrir. Vengo acá porque necesito poder hablar antes de actuar…Yo no quiero las respuestas, quiero emitir las preguntas”

Hago notar mi escucha de este enunciado y, repitiéndolo, le doy a ver lo valioso de esas razones para iniciar un tratamiento.

A partir de ese momento hace un giro y se acomoda de frente, dirigiéndome la mirada.

Le digo que lo volveré a ver en dos días, y le comunico mi decisión de ofrecerle un espacio de dos entrevistas semanales.

Llegando al final del encuentro, le pregunto porqué eligió consultar en el Equipo de Adicciones, y explica que en Secretaría le dijeron que había muchos pacientes en lista de espera para el Equipo de Adultos, “Entonces, como en Adicciones no había lista de espera, pedí una entrevista en Adicciones”.

Cierro el encuentro, y mientras se está retirando dice que le preocupa estar tomando más alcohol, que el alcohol “lo saca del momento”, y pregunta si conozco un medicamento que se llama “Revez” que cura las adicciones.

Le respondo que su apuesta es otra, venir a este lugar y hablar. Dirá: “Apuesta”…“Me gustó esa palabra”, y con este enunciado, se va.

(hasta aquí el recorte de la entrevista)

* * *

Si se enuncia una apuesta, entonces se tratará del juego. “El análisis tiene todos los caracteres del juego”[5], dirá Lacan en el Seminario XII, un juego que funda y define otra realidad, la del discurso analítico. “La realidad toma su lugar de lo que deviene la pura y simple realidad de la apuesta”.[6]

Quien en este caso apuesta, llega sabiendo que no se trata de la adicción. Inicia con un juicio, planteándose el sujeto de entrada, un sujeto que trae una respuesta que excede la moral de la adicción, una respuesta que suplementa dicha moral, y que convoca al analista a escuchar e intervenir sobre una escena que se sitúa más allá del nombre que lo trae.

El inconsciente interpela allí a la burocracia, a la lógica del consumo, a un discurso que nombra a partir de la adherencia a un objeto del mercado. Una moral queda innecesariamente planteada.

Se presenta también una interpelación al Orden Jurídico, en un punto en el que lejos de funcionar como soporte de la ley simbólica, plantea una regulación de lo “legal” y lo “ilegal” orientada por intereses particulares y sectoriales. El consumo de ciertas drogas consideradas “ilegales” es un hecho tipificado por la justicia como un delito en algunos países, mientras que en otros, el libre consumo es considerado como un derecho a respetar.

El enunciado señalado en la intervención como “una valiosa razón para iniciar un tratamiento”, habla de un sujeto implicado en sus acciones, interpelado por un padecimiento que toma el carácter de pura repetición. Será, “a partir de la palabra que se podrá constituir la cadena inconsciente entre lo que siempre vuelve al mismo lugar y el sujeto que responde por ello.”[7]

Ese enunciado ubica también una distancia entre “hablar” y “actuar”. Lo que lo trae a hablar, lo que llama “una crisis emocional” es el efecto de un semblante que vacila, que se mueve en la indeterminación. Es allí donde aparece lo real.

El discurso del analista funda la realidad del inconsciente, hace entrar lo Otro, lo diverso. Esa otra escena sólo adquiere su estatuto en la renuncia a todo intento de dominio o educación, de ortopedia o de adaptación. En ese horizonte no se ubica juicio alguno acerca de cual es el mejor objeto para el sujeto, sino la recuperación de su dignidad, de su posición en tanto sujeto. Esto es lo que sostiene la sabia prescripción freudiana de neutralidad para quien ocupe allí la función y lo que permite que un análisis culmine en otra cosa que en una identificación especular, en un engaño de a dos. Se tratará entonces de interesar al sujeto en su inconsciente, propiciar un pasaje del “soy adicto”  a la pregunta por el “quién soy”, pasaje que abrirá por la vía del inconsciente, la búsqueda de los signos de su identificación posible.

La función del psicoanalista se sostendrá entonces por la puesta en juego de un tercer jugador que se llama la realidad de la diferencia sexual, que dice de lo imposible, de lo que no anda. Es el tercer jugador el que introduce la función de la muerte en la vida. De eso se trata la dimensión ética. No hablo aquí de la muerte del cuerpo, del riesgo como borde por el que se puede transitar. “Nada es más contrario al riesgo que el juego” (8).  Al hacer entrar la apuesta se hace lugar a aquello que puede sacar a un sujeto del riesgo, de la muerte como destino, como fascinación, causándolo en la espera que el juego introduce como sentido de la relación del sujeto al saber, la espera de su lugar en el saber. Se trata de trocar el riesgo por una espera que se prepara cada vez, en cada encuentro, a lo inesperado.

El juego será la forma propicia de la posición del deseo, el deseo como operación de un sujeto, que es en su división, la verdadera apuesta.

En el siguiente apartado se desarrolla un recorte y una lectura de los dos primeros años de tratamiento de este sujeto, bajo el nombre “Caso A”.

 

* * *

Caso A.

A partir de la entrevista inicial que ya he recortado, se inició el espacio de entrevistas preliminares de un análisis que lleva ya más de dos años. El recorte que planteo de dicho recorrido, está orientado por el desarrollo de ciertos puntos que ya enunciados en esa primera entrevista situaron al sujeto de entrada.

 

El pánico y el insomnio

“En mi infancia sufrí de insomnio, mis padres no me creían, me decían: -Vos crees que no dormiste-. Yo me quedaba parado mirándolos mientras dormían. Veía cosas horribles, había un pasillo y al final había una heladera que se transformaba como un ser humano que era un intruso que venía a mi casa a robar y a matar…me daba pánico. Desde que tengo relación con vos se me están revolviendo los recuerdos.”

Pasado un tiempo de trabajo es posible ubicar un punto de implicación en esa escena que se repetía en su infancia. Dirá: “Si tenía miedo, no podía despertar a mis padres, era como si fuera un fracaso para ellos, un niño a esa hora tiene que estar durmiendo. Yo quería ser invisible”.

El sujeto ubica en sus 8 años de edad un giro en su vida, situando allí un pasaje del insomnio y de ser introvertido, a ser el líder de la pandilla, “un capanga”, admirado y envidiado. “Me convertí en un personaje con poder, una vecina de 14 estaba enamorada de mí, yo era un niño, fue mi despertar sexual… ¡soy potente! Pareciera que en ese simple beso hubiera despertado, como el cuento, al revés, El Bello Durmiente. Fue un encantamiento.”

Se señala allí que el insomnio queda entonces del lado de la impotencia.

Dirá: “Ahora me despierto a las cinco de la mañana, esa hora me trae fantasmas, de mi niñez, de las noches de droga. Cuando no puedo dormir estoy muerto de miedo, y cuando tengo miedo hago cualquier cosa.”

Durante el primer año de tratamiento, eran recurrentes las noches de insomnio, síntoma que también llevaba a sus consultas con el psiquiatra que controlaba su medicación, reducida para entonces a un antidepresivo y un inductor del sueño.

Las frecuentes situaciones en que al no poder dormir deambulaba solo por las calles, alcoholizándose en las terminales de ómnibus, entrando en situaciones de riesgo y violencia, hacen lugar a la intervención que señala la necesidad de pasar de “lo público” a “lo privado”, pasaje que se introduce en lo real indicando la finalización del  tiempo Institucional para este tratamiento, luego de más de un año de trabajo en el Centro de Salud.

Este pasaje precipitó además la posibilidad para el sujeto de conseguir un trabajo. Dirá: “Estoy trabajando y los fantasmas pasan a un segundo plano, es una oportunidad desde otro lugar, me ordena, me saca pensamientos perturbadores, me siento integrado a una multitud, entre pares, las actividades rutinarias me ayudan a encontrar el norte, a que exista el día y la noche.”

 

Los “reclamos de las mujeres” y lo que “lo saca del momento”

“Cuando estaba por cumplir 14 años, mi madre un día me fue a buscar al colegio, me subió a un taxi y me dijo: -Nos vamos a Brasil-, mi padre era docente universitario, había recibido amenazas, era en el ‘76, la Dictadura Militar. Vivimos allá un tiempo y regresamos, a los pocos meses no quise estudiar más electrónica, no quise hacer más nada, y ahí la droga.”

“Alcohol tomé por primera vez a los 9 años, y fumé mi primer cigarrillo, era un Big-Ben, me lo dio esa vecina de 14 años. Es como que alguien te quiere…drogar”. Este intervalo posibilita una intervención que equivoca y deja abierto el enunciado: “Es como que alguien te quiere…”

“Siempre necesité esos condimentos, mis relaciones con las mujeres fueron relaciones de drogas… yo con Paola no me drogué, ella es N.A.” Se interviene señalando que entonces “no-siempre fue necesaria la droga”.

“Si, pero después vino la crisis, ella insistía en tener un hijo conmigo. Dejar de consumir sería traicionar lo que me protegió: las drogas y el alcohol.”

Con respecto a lo que ubica ya en la primera entrevista como “Los reclamos de estas dos mujeres”, refiere en varias ocasiones a una intención y un propósito oculto en ellas, “Alguien quiere algo de mí por atrás, quiere tomar posesión de mí…o cedo, o desagrado.” “Yo las fascino y me fascino con eso, cuando baja la fascinación, me aburro, pierdo el interés ¿y esta quién es?, ahí es cuando quiero desagradar, armo escándalos para desaparecer del mapa, mi manera de salir de ahí es violenta.”

Este “querer desagradar”, no sin ayuda de los tóxicos, se pone en juego en la transferencia en algunos encuentros en los que llega alcoholizado, en estado de abandono, refiriendo haber estado varios días sin comer, sin bañarse y sin dormir. En una oportunidad en la que llega de ese modo, comienza a preguntar “¿Yo te fallo?, ¿Porqué me elegís? … yo no quiero frustrar tu trabajo…Hoy voy a aprovechar este estado para seguir diciendo…” En ese punto se interrumpe la entrevista diciéndole que así es imposible el trabajo y que en el próximo encuentro podrá decir lo que tiene para decir. Esta intervención lo lleva a enunciar en el siguiente encuentro: “Estuve pensando en la sesión negra, en la sesión perdida, en esos estados no soy yo, no lo manejo, el contexto me lleva a actuar…”

Interrogado por este enunciado, responde con un giro que lo implica en su hacer, pasando del “no soy yo” al “yo no veo”. A partir de allí, el “no ver” se desprende de las situaciones de consumo y comienza a ser ubicado en otras escenas, funcionando a modo de señal y permitiéndole advertirse de situaciones en las que no encuentra recursos simbólicos para responder. Más adelante dirá: “El tema, cuando yo no veo es que tampoco me veo yo, si en esos momentos me pusieran frente a un espejo, seguro que no me veo.”

En una ocasión A. Cuenta que está yendo a los grupos de “doble A” haciendo referencia a los grupos de Alcohólicos Anónimos. Dice: “Estar ahí me hace ver ese viejo disfraz que ya no tiene éxito, ahora estoy desubicado, no me siento ubicado en un lugar…es el contraste de ver lo que no soy, no sé porqué trato de ser lo que no soy, de estar en un lugar que no es mi lugar.”

 

Las expectativas de sus padres

En una ocasión en que hace referencia a que hace 40 años que “quiere llegar a puerto”, se le señala que dijo tener 39, a lo que responde: “Es cierto, tengo 39, hay un año más…mi madre perdió cinco embarazos de siete meses antes de tenerme…fui el único sobreviviente, yo podía haber sido el anterior…después de perder cinco embarazos las expectativas que se ponen en ese personaje deben ser grandilocuentes” En otro momento dirá: “Los días de mi cumpleaños he estado al borde de la muerte…si no estoy al borde de la muerte todo es blanco y negro, lo otro es technicolor, hay un glamour y un peligro que hace que las cosas sean interesantes.”

A partir de entonces, los significantes “único” y “grandilocuente” se recortan como privilegiados y recurrentes en el discurso del sujeto. Lo grandilocuente aparecerá ligado a lo desmedido, a lo desfasado, a lo que obnubila y fascina; el significante “único” aludirá a “solo”, “del otro lado”, “arriba”, alusiones que tienen en común la autoexclusión y la pérdida del lazo al otro, al semejante. En ese punto puede ubicar los efectos de su anterior internación en una Comunidad Terapéutica por tratarse de “un tratamiento entre pares”, como así también los efectos de  “compararse con otros” en  las “colas” para las entrevistas de trabajo haciendo referencia en esas relaciones a la disciplina, las normas, el orden, mediaciones estas que le han posibilitado poner en función recursos simbólicos con los que por momentos no contaba.

Respecto de su padre dirá “mi padre quería tener una mujer y no un varón, cuando estaba en la panza, él le hablaba a una mujer, ahora yo tengo tres mujeres.” “Mi padre quiere que sea lo que no soy” “Mi padre es un tipo que durante mi vida se ha borrado bastante, el tipo se las tomaba.”

La figura de su padre queda ligada en varios enunciados a la de las mujeres, ellas “quieren cambiarme”, ubicando que, al igual que su padre, sus partenaires se convierten en una amenaza, nombrada a veces como “conjura” otras como “complot” o “conspiración.

 

La relación a la música ¿Una identificación posible?

“La música es mi alma desnuda. En los primeros años de mi adolescencia estuve encerrado en mi habitación hasta que aprendí a tocar. El día que encerrado en el cuarto aprendí a poner los dedos, lo recuerdo como algo intenso, con resultados rápidos y lleno de energía…me llegaron hasta a sangrar los dedos, fue pasional”. “La música que yo hago completa un círculo y me satisface a mí mismo.”

Desde entonces, y hasta hace unos años su relación a la música quedo ligada a lo clandestino, a la noche, al desborde, y a aquello por lo que las mujeres primero “se fascinaban” y luego “le querían quitar”.

“Yo para hacer música no necesito a nadie, conmigo es suficiente. En la música estoy arriba del escenario, si uno es un artista tiene que estar solo en esta vida, el que llega arriba no tiene una mujer que lo espere”. Interrogado por la palabra “arriba” que repite, refiere a “otro nivel” y ubica una pirámide: “Cuando estás arriba querés que esa sensación siga y siga, cuando estás en la base de la pirámide, cuando bajas del escenario decís ¿Y ahora que hago con todo esto? Y ahí el alcohol, y después la droga, para no bajar. Es diferente cuando el alcohol es una recompensa, una buena cena con un buen vino, que cuando el alcohol es lo que evita la caída.” “Sé que así pude rellenar ese vacío, pero ahora quiero saber que me pasa con esa angustia”

Al encuentro siguiente trae un sueño en el que está con sus hijas en una playa donde hay gente drogada y alcoholizada. Dice: “Yo no quería estar con esa gente, yo no podía cumplir con las expectativas de mis hijas…” Cuando se recorta la palabra “expectativa”  señala que la música iba en contra de las expectativas de sus padres, de sus parejas, de su familia, “para mis padres, si tocaba, no iba a hacer nada más”…”Si no cumplo con las expectativas de los otros, la música se transforma en un reviente.”

Poco después de que es enunciada en el marco del análisis la relación entre la música y el consumo de sustancias, A. es convocado a trabajar como productor musical de un grupo, lo que le abre la posibilidad de editar un disco incluyendo temas de su propia autoría y de comenzar a generar dinero, no sin dificultad, a partir de este trabajo.

En varias entrevistas se muestra causado por las relaciones que encuentra entre la música y el análisis, ubicando que para él ambas cosas se conjugan, las “sesiones de grabación” y las “sesiones de análisis”. “Estoy encontrando una ecualización más perfecta, voy moviendo las perillas hasta que es ese el sonido que quiero para el instrumento, y cuando se encuentra, es uno, y todo lo demás queda atrás, es puro ruido.”

 

La no-relación y los sueños

Durante un período del análisis A. relata varios sueños, en diferentes escenarios, ubicando la particularidad de que “convergen siempre en un mismo lugar”. “Me encuentro en un salón lleno de pianos de diferentes tamaños y contexturas, se me permite tocarlos. Cuando voy a tocar, uno, otro, porque me gusta, las teclas se achican desde lo finito con lo cual mis dedos no entran en las teclas, es frustrante, empieza siendo una situación atractiva y termina siendo bochornosa. Siento vergüenza por no poder tocar bien, como que mis dedos no fueran apropiados para esas teclas, estoy descajetado, siento impotencia, y se me ocurre ¿Porqué tengo que estar acá?, tendría que estar parado mirando como otro toca ese piano con teclas diminutas. Es bochornoso porque hay otros que me están mirando, hay mucha expectativa por lo que estoy por hacer, hay pares, músicos, y otra gente que desde afuera mira también. Tocar me da placer, pero no con el instrumento equivocado.”


 

[1] Lacan, J.: El Seminario Libro 20 “Aún” Ed. Paidós Cap. III. pág. 43

[2] Lacan, J.: El Seminario Libro 7 “La Ética del Psicoanálisis” Ed. Paidós Cap. I pág.11

[3] Laurent, E.: “Psicoanálisis y Salud Mental”, Ed. Tres Haches, pág. 8

[4] Lacan, J.: El Seminario Libro 7 “La Ética del Psicoanálisis” Ed. Paidós Cap. I pág. 9/10

[5] Lacan, J.: Seminario XII “Problemas cruciales para el Psicoanálisis”, Clase 16 del 19/5/65

[6] Lacan, J.: Seminario XII “Problemas cruciales para el Psicoanálisis”, Clase 16 del 19/5/65

[7] Laurent, E.: “Psicoanálisis y Salud Mental”, Ed. Tres Haches, pág.87

er el plazo.