Esquema sintetizador:
Imprimir sólo el esquema |
Los tratamientos de la toxicomanía
Problema paradigmático de nuestra época
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Campo Normativo |
Dimensión Clínica |
Marco Jurídico/ Marco Institucional |
Dispositivo de la cura en psicoanálisis |
El Otro social
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El goce de cada sujeto
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El Estado tutelando el Bien Común y la Salud Pública |
La particularidad de cada caso.
Principio de Neutralidad,
Regla de Abstinencia |
Políticas:
De Control Social (Ley de Drogas)
De Mercado (Ciudadano-Consumidor)
En Salud Mental (Ideal de Abstinencia) |
La toxicomanía como respuesta al malestar y al drama
subjetivo (S. Freud, “El Malestar en la cultura”)
|
Eficacia del tratamiento:
Desintoxicación
Rehabilitación
Resocialización
|
Eficacia del tratamiento:
Perturbar el goce del tóxico al situar su función
Interesar al sujeto en su Icc.
Pasaje del goce de la sustancia al goce de la
palabra
Pasaje de la eficacia del tóxico a la eficacia del
discurso
|
Salidas de la Toxicomanía:
Abstinencia de consumo
Tratamientos de Sustitución
Reducción del Daño |
Salidas de la Toxicomanía:
Entrada en el Discurso
Entrada en la transferencia
Pasaje del hacer al decir |
IDEAL DE ABSTINENCIA:
Pasaje del “Soy adicto” al
“Soy ex–adicto” |
DIRECCIÓN DE LA CURA:
Pasaje del “Soy adicto” a la pregunta por el “quién
soy”
|
La
presente exposición se propone articular algunas ideas y conceptos
con el fin de reflexionar sobre la dirección de la cura y sobre una
clínica posible de las toxicomanías en el ámbito de las
instituciones que tratan dicha problemática.
Partiremos de lo que Mauricio Tarrab sitúa como un problema
paradigmático de nuestra época, problema que radica en cómo
articular –desde el psicoanálisis aplicado a la clínica de las
toxicomanías– la lógica del discurso del Otro Social con la
particularidad de goce de cada sujeto que acude a la consulta.
Podríamos ubicar en este caso al Otro social encarnado en el Estado
como la institución que se encargaría de velar por el cuidado y
protección de los ciudadanos, un Estado moderno con un empeño lógico
de regulación de las conductas de los sujetos, sostenido por un
ideal “para todos”, amparando el “bien común” y la “salud pública”.
Todo lo que concierne a las políticas de Estado en el ámbito de la
salud estaría orientado por ese ideal. La mayoría de las
instituciones de salud de nuestro país muestran en su propuesta de
tratamiento y en sus objetivos su estrecha relación a dicho ideal.
Lo que
resulta evidente hoy en el ámbito de la Salud Pública es que, como
efecto de lo que se conoce como subjetividad de la época, el marco
institucional se ve cada vez más fragmentado en instancias
particulares; vamos a ver que en los Centros de Salud existen cada
vez más servicios de atención diferenciados para lo que se entiende
como patologías específicas: anorexia, bulimia, adicciones,
ludopatías, violencia, etc. Así el campo de la salud pública se
fragmenta en “especialidades” desde las que se intenta responder a
los sujetos que llegan en demanda de tratamiento.
Para
el caso de las toxicomanías, como trasfondo de esta fragmentación y
de esta respuesta que se espera del trabajo institucional, impera la
demanda de una eficacia medida en términos de desintoxicación,
rehabilitación y resocialización de los sujetos que allí tratan su
problemática de consumo.
Orientadas por esta lógica del Otro Social existen políticas cuyos
efectos inciden en el campo de la Salud Pública. Entre ellas,
podríamos destacar las Políticas de Control Social, las Políticas de
Mercado y en tercer lugar, las Políticas en Salud Mental.
Las
políticas de Control Social, se encuentran plasmadas para esta
problemática en la
Ley
23.737
promulgada en el año 1989, referida a la tenencia y tráfico de
estupefacientes, conocida como Ley de Drogas.
Me
interesa hacer mención a dos artículos de esta ley que según
considero, describen el marco en el que se inscribe -en un
porcentaje considerable de casos- la demanda de tratamiento:
Art. 14.
Será reprimido con prisión de uno a seis años y multa de ciento doce
mil quinientos a dos millones doscientos cincuenta mil australes el
que tuviere en su poder estupefacientes. La pena será de un mes a
dos años de prisión cuando, por su escasa cantidad y demás
circunstancias, surgiere inequívocamente que la tenencia es para uso
personal.
Art. 17.
En el caso del artículo 14, segundo párrafo, si en el juicio se
acreditase que la tenencia es para uso personal, declarada la
culpabilidad del autor y que el mismo depende física o psíquicamente
de estupefacientes, el juez podrá dejar en suspenso la aplicación de
la pena y someterlo a una medida de seguridad curativa por el tiempo
necesario para su desintoxicación y rehabilitación. Acreditado su
resultado satisfactorio, se lo eximirá de la aplicación de la pena.
Si transcurridos dos años de tratamiento no se ha obtenido un grado
aceptable de recuperación, por su falta de colaboración, deberá
aplicársele la pena y continuar con la medida de seguridad por el
tiempo necesario o solamente esta última.
Queda
claro en el texto de la ley, cómo, en algunos casos el tratamiento
que un sujeto solicita en una institución, indicado por un Juez bajo
el nombre de “medida de seguridad curativa”, se
plantea como una sustitución a la “pena” de prisión.
Esta es una variable a considerar, cuando llegan sujetos a la
consulta presentándose con el enunciado: “vengo por la causa” en los
que no existe la voluntad o decisión personal de realizar un
tratamiento. Este tipo de tratamientos “obligados” por el dictamen
de un juez suelen conocerse bajo el nombre de tratamientos
compulsivos.
Respecto de las políticas de Mercado podemos hacer referencia a
políticas que en el campo del psicoanálisis son consideradas bajo el
imperio del llamado discurso del capitalismo, y que promueven un
empuje al consumo en el que la toxicomanía actual toma su lugar.
Los
efectos particulares de estas políticas se ven plasmados por
ejemplo, en el texto de leyes vigentes desde 1993 y de la
Constitución Nacional en su reforma de 1994,
en el que se protegen los derechos no ya del ciudadano sino del
“consumidor”, nueva figura de rango constitucional que da cuenta de
la impronta de la subjetividad de la época y sus consecuencias. En
términos de E. Laurent: “Es esperable que a partir de la
definición del estado normal del sujeto como consumidor, el
consumidor encuentre su destino en los productos que pueda comprar.”
Finalmente, en el marco de las llamadas Políticas en Salud Mental es
donde podemos ubicar con más claridad lo que se plantea como salida
de la toxicomanía bajo el ideal médico-social de abstinencia de
consumo, y respondiendo a este ideal la mayoría de las instituciones
especializadas ordenan su propuesta de tratamiento. Entre ellas gran
parte de las comunidades terapéuticas, las llamadas granjas, los
grupos de autoayuda de Narcóticos Anónimos (N.A.), de Alcohólicos
Anónimos (A.A.), aspiran en su discurso y en la lógica con la que
sostienen sus dispositivos terapéuticos, al pasaje de “ser adicto” a
ser “ex-adicto” o “adicto recuperado”, pasaje que marca y liga al
sujeto desde entonces a ese nombre como su modo de articulación con
la palabra y con la cultura en la que está inmerso.
En la
concepción clásica de estos dispositivos lo que se entiende como
cura es el logro de la abstinencia, y en muchos casos esta
aspiración se hace efectiva a través de lo que podríamos pensar como
una sustitución “ortopédica” del goce del tóxico por el goce de la
renuncia, introduciendo en muchos casos un sentido religioso como
soporte y marco del tratamiento.
Debido
a la insistencia con la que fracasa este ideal, han surgido en las
últimas décadas, lo que se nombra como políticas de Reducción del
Daño, en las que ya no se aspira únicamente a la abstinencia sino a
prevenir y cuidar de los riesgos concomitantes a las prácticas de
consumo, intentando intervenir sobre las conductas que pueden dañar
al propio sujeto que consume o a la comunidad. El uso de drogas no
desaparece pero se disminuyen sus efectos dañinos. Las políticas de
Reducción del Daño se implementan acercándose a las zonas de riesgo,
a las villas de emergencia, a las zonas marginales, sin el objetivo
de que los sujetos accedan a un tratamiento, pero en cambio se les
enseña a usar correctamente las jeringas a quienes consumen por vía
venosa , se les entregan jeringas descartables y profilácticos para
evitar por ejemplo el contagio del HIV, etc., estrategias que surgen
como un modo de responder al fracaso del ideal médico-social de
abstinencia.
Otro
modo de respuesta a este fracaso son los llamados Tratamientos de
Sustitución. En nuestro país se implementa esta política en algunos
tratamientos basados en la sustitución de la droga “ilegal” por
psicofármacos indicados y regulados por un médico psiquiatra con el
fin de que el sujeto pueda hacer más tolerable la abstinencia. En
otros países en los que es frecuente el consumo de heroína, se han
utilizado diversos fármacos –el más conocido entre ellos es la
metadona– para estabilizar a los sujetos que consumen con el fin de
mejorar su salud y su funcionamiento social durante la abstinencia
de dicha droga.
Éste
sería, a grandes rasgos, el escenario en el que nos insertamos e
intentamos aplicar nuestra práctica quienes trabajamos con la
problemática de las toxicomanías orientados por el psicoanálisis.
Dicha
orientación nos lleva inevitablemente a situar esta problemática
como uno de los modos posibles en que puede presentarse la
particularidad de goce de cada sujeto, lo que nos posiciona de
manera directa frente a una clínica centrada en el caso singular. En
términos de Mauricio Tarrab: “Lo particular de cada caso, es una
de nuestras exigencias para afrontar el tema de la toxicomanía en
nuestra época, época de generalización, de homogeneización, de
globalización. Y al hacerlo ponemos en marcha una suposición que
tiene consecuencias clínicas precisas. Cual es la de suponer más
allá de la droga, el drama subjetivo al que la droga viene responder
con mayor o menor éxito.”
Tomamos entonces como punto de partida aquello que está situado mas
allá del objeto droga. Y si nuestra dirección nos conduce hacia la
ubicación del drama subjetivo al que la droga viene a responder, un
texto paradigmático será “El malestar en la cultura” donde Freud
hará una referencia precisa al consumo de tóxicos, como uno de los
modos más eficaces de respuesta al malestar. Una vez más encontramos
allí, y ya desde el año 1929, una valiosa orientación para nuestra
práctica.
En
palabras de Freud: “La vida, como nos es impuesta, resulta
gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles.
Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá,
de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en
poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan,
y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.” (…)
“Empero, los métodos más interesantes de precaver el sufrimiento son
los que procuran influir sobre el propio organismo”. (…) “El método
más tosco, pero también el más eficaz, para obtener ese influjo es
el químico: la intoxicación.” (…) “Lo que se consigue mediante las
sustancias embriagadoras en la lucha por la felicidad y por el
alejamiento de la miseria es apreciado como un bien tan grande que
individuos y aún pueblos enteros les han asignado una posición fija
en su economía libidinal. No solo se les debe la ganancia inmediata
de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada,
respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los
quitapenas es posible sustraerse en cualquier momento de la presión
de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores
condiciones de sensación. Es notorio que esa propiedad de los medios
embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino.
En ciertas circunstancias, son culpables de la inútil dilapidación
de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar
la suerte de los seres humanos.”
La
orientación que brinda esta consideración respecto del consumo de
tóxicos, sitúa de entrada al sujeto como responsable de su posición
de goce y de su modo particular de responder a las restricciones que
la cultura le impone. El foco de la problemática se centrará
entonces en el sujeto y su goce, y en la función que sostiene el
objeto droga en su economía libidinal.
Otra
consideración necesaria para esta clínica refiere a la posición
desde la cual vamos a acercarnos a quienes allí consultan. Hago
referencia con ello, a una posición que nos permita “resistir a
las generalizaciones que la época impone”.
Estas
generalizaciones quedan plasmadas de manera evidente en el ámbito de
los servicios de Salud Mental organizados por “especialidades”
sostenidas por el discurso del Otro social que nomina, distribuye y
etiqueta quienes son los adictos, los ludópatas, las anoréxicas, los
bulímicos, etc.
Esta
es una consideración fuerte, resistir a estas generalizaciones es
ponerlas en cuestión, aunque estemos trabajando dentro de un
Servicio que se llame “Servicio de adicciones”, lo que hace suponer
que somos “especialistas” en aquello que nombra al sujeto a partir
de su problemática. La práctica me ha llevado a pensar y hacer uso
de ese lugar, -que el marco institucional asigna- al modo de un
semblante desde el cuál ofrecemos nuestra escucha integrando un
equipo de trabajo, un semblante que asume la suposición de cierta
experiencia y cierto recorrido en esa problemática, y cuyo efecto
solo tendrá lugar a condición de estar advertidos de que su uso será
a los fines de propiciar que un sujeto se acerque a la consulta y de
generar la transferencia, uso que desplegará sus efectos solo si no
olvidamos que el saber se sitúa en el inconsciente y no en
consideraciones a priori que signan al sujeto borrando su
particularidad.
Otra
orientación que nos brinda el texto de Mauricio Tarrab refiere a
“estar advertidos y no ser tragados por los discursos que circulan
en las instituciones”, “dejarse sorprender y apostar, sin
garantías”.
Resulta dificultoso para quienes trabajamos en el ámbito
institucional, interactuando permanentemente con otros discursos
–médico, jurídico, social, etc.- no quedar mimetizados a los mismos
y poder articular nuestra posición y nuestro marco teórico con
prácticas y lógicas sostenidas por una concepción de sujeto
diferente a la propuesta por el psicoanálisis. “Dejarse sorprender”
es una indicación que nos sitúa en la perspectiva ética, una
posición desde la que hacemos lugar a la destotalización y a los
puntos de inconsistencia estructurales del saber previo que enmarca
nuestra intervención; una posición que hace posible escuchar al
sujeto que consulta, más allá de ese nombre que lo trae y lo marca,
haciendo lugar a su particularidad.
Tomar
en cuenta estas consideraciones ofrece un marco para pensar -desde
el texto de M. Tarrab- la salida de la toxicomanía como la entrada
en el discurso y la entrada en la transferencia: “…pensar en cada
caso la pertinencia de la indicación de la intervención analítica y
en que casos desalentarla, o postergarla para un momento más
adecuado, o combinarla con otras medidas terapéuticas que abran la
posibilidad de pasar del hacer al decir.”(…) “Se sale de la
toxicomanía no solo si eso que funcionaba ya no funciona más, porque
se ha atravesado algún límite sea social o del propio cuerpo. Se
sale de la toxicomanía si en ese límite se produce la significación
de un saber supuesto en el Otro, es decir el agalma de la
transferencia”.
Aquí
se sitúa una diferencia radical respecto de lo que se plantea desde
la perspectiva del Otro Social como salida, dado que desaparece la
referencia a una eficacia sustentada en el ideal de abstinencia de
consumo. Pero esto no quiere decir que no tenga importancia si el
paciente deja o no de consumir, no quiere decir que no consideremos
la fijeza, la regulación o el abandono de la práctica de consumo,
sino que la dirección de la cura no está orientada por ese ideal. Y
agregaría, sirviéndome de una idea freudiana, que la renuncia por
parte del sujeto a esa práctica de goce vendrá “por añadidura”,
si a partir de nuestra intervención en el terreno de la
transferencia, logramos “ubicar por qué vía somos capaces de
tocar, de mover, de perturbar algo de ese real que resiste en la
práctica del toxicómano.”
Es
interesante una aclaración que Tarrab agrega al plantear como
salida, la entrada en la transferencia: “eso no supone sin
embargo la entrada en un análisis, eso puede ser la oportunidad de
verificar el triunfo del sentido”.
Lo
importante radica entonces en cómo orientar la problemática hacia
otro escenario, cómo lograr un pasaje del goce de la sustancia al
goce de la palabra, cómo interesar, cómo causar al sujeto hacia una
práctica de sentido, que algo que se sitúe más allá del consumo
adquiera valor, que la preocupación, las preguntas, el interés,
recaiga en otra cosa.
Este
“triunfo del sentido”, es lo que sostiene la eficacia de muchos
tratamientos como por ejemplo, los dispositivos de Narcóticos
Anónimos (N.A.), Alcohólicos Anónimos (A.A.), las comunidades
terapéuticas y las granjas, instituciones que funcionan desde hace
muchos años, en las que lo que circula, lo que se oferta, es algo
del orden del sentido, por ejemplo, por la vía de la autoayuda, de
la constitución de un “nosotros”, de un lazo social propiciado por
la identificación a la figura del director o del coordinador que
atravesó y superó la problemática de consumo y es fiel testimonio de
la posibilidad de recuperación, sosteniendo así la cohesión y la
ilusión grupal.
Hay
también un sentido que triunfa, en las comunidades que están
orientadas por un ideal religioso, en las que el paciente abandona
la práctica de consumo para entrar en una práctica de renuncia
ligada al arrepentimiento, la culpabilización y a la expiación
frente a la figura de Dios.
También se introduce una práctica de sentido a través de la
filosofía de vida, los valores, las normas, las responsabilidades y
los objetivos que sostienen la estructura de funcionamiento de
comunidades terapéuticas dirigidas por profesionales de la salud o
por sujetos que han hecho del aprendizaje obtenido en su propio
tratamiento su oficio como Operadores socio-terapéuticos.
Es en
este punto donde podemos pensar la importancia de la inclusión de la
perspectiva del psicoanalista en las instituciones, para que a
partir de este primer movimiento de “triunfo del sentido”, pueda
existir para algunos sujetos la ocasión de interesarse en su
inconsciente. Será solo a partir de esa entrada en el discurso, de
esas “precondiciones clínicas”
en términos de E. Laurent, que un sujeto podrá, escuchado y
orientado por el analista, interesarse en su inconsciente, y hacer
aparecer allí la posibilidad de una entrada en análisis.
En su
Conferencia, E. Laurent parte de la propuesta de no oponer el
consultorio a la institución, y de considerar que en las
toxicomanías, son pocos los casos que pueden mantenerse solo en los
consultorios. Ubica entonces la eficacia de las instituciones en
tanto podamos pensarlas como “precondiciones para interesar al
sujeto en su inconsciente” y dice: “Si el sujeto se queda
solamente en el nivel de “no soy un toxicómano”, no tiene interés.
Tiene que transformar esto en la pregunta por el quién soy, entonces
buscará en el inconsciente los signos de su identificación posible.”
Hasta
aquí dejo planteadas algunas consideraciones respecto de estas dos
dimensiones que se entrecruzan en los tratamientos de las
toxicomanías.
Llegado este punto quisiera hacer referencia a dos citas del texto
de Fabián Naparstek que van a dar en parte, el marco conceptual al
material clínico que voy a presentar.
El
texto recorre un desarrollo que tiene como fin pensar la efectividad
de la dirección de la cura orientada por el psicoanálisis en la
práctica clínica en instituciones. Para ello el autor se sirve del
escrito de Lacan: “La dirección de la cura” para situar al analista
en el marco de la institución. Cito: “Mi idea es cómo pensar y
armar instituciones que sigan esta lógica, instituciones que sean
Otro barrado, instituciones que, además de reglas puedan tomar caso
por caso, y puedan tener un deseo en su centro.”
Respecto del Otro barrado dirá: “Toda la idea de Lacan en este
texto es, que depende de cómo encarnamos ese Otro, se verá si
podemos llevar esa pregunta -la pregunta del sujeto- a un
despliegue que permita un análisis. En conclusión, lo que él va a
decir es que el analista es el capitán de su barco, pero propone no
ejercer el poder que ese capitán del barco tiene. Es decir, según
Lacan, se dirige la cura pero no se dirige a los pacientes. (…) Y la
única manera de llevar esa pregunta a que se despliegue es que en el
Otro haya un hueco, haya un agujero, haya un deseo, y esta es toda
la idea, a mi gusto, de este texto. La tesis de Lacan es que la
posibilidad de que hagamos aparecer un sujeto barrado depende
únicamente de que en el lugar del Otro haya un Otro barrado”.
Y
luego cita a E. Laurent para ubicar algo que me parece interesante
para pensar estas dos lógicas o dimensiones diferentes que operan en
una institución: “El analista más que un lugar vacío, es el que
ayuda a la civilización a respetar la articulación entre normas y
particularidades individuales. El analista tiene que ayudar, pero
con otros, sin pensar que es el único que esta en esa posición, (…)
ayudar a impedir que en nombre de la universalidad o de cualquier
universal, ya sea humanista o anti-humanista, se olvide la
particularidad de cada uno.”
Y
finalmente, refiriéndose a esta orientación que propone para la
dirección de la cura en las instituciones ubica lo siguiente: “Es
mucho esfuerzo, porque hay que tomar a cada paciente, hay que pensar
cada caso, y en base a eso empezar a tomar decisiones, en vez de
decir: todos van por acá. Esto es lo que hacen todas las
instituciones que tienen un cronograma: primer tiempo esto, segundo
tiempo esto otro, tercer tiempo esto otro. Puede existir y nadie se
opone, pero parece importante pensar cómo cada sujeto pasa esos
tiempos, el tiempo previo a la externación, etc. Y como pensar cada
caso en relación a la estructura normativa de una institución.”
Para
cerrar, podría agregar que se trata entonces, en la clínica en
instituciones, de situar en cada caso no solo la particularidad de
goce del sujeto, sino también la relación de ese sujeto con el campo
normativo en el que, a sabiendas o no, está inmerso. Bien se trate
del marco jurídico legal, o se trate de la normativa institucional,
habrá que ubicar la posición singular del sujeto frente a esa
dimensión planteada “para todos” desde el Otro social.
Un
material clínico
M es
una joven de 16 años que realiza tratamiento bajo el dispositivo
Hospital de Día en una institución dedicada a la drogodependencia y
el alcoholismo. En las entrevistas de admisión a la institución,
refiere haber comenzado a consumir hace solo cuatro meses, ubicando
la causa de su consumo en la conflictiva familiar. Según sus dichos
consumía marihuana, alcohol y psicofármacos, solo los fines de
semana.
Para
entonces su madre, acude a la Defensoría de Menores abriéndose allí
un expediente que indica la realización de un tratamiento aplicando
la medida de “protección de persona” establecida en el Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación. Esta medida cautelar
es aplicada por la Justicia a situaciones diversas y utilizada como
respuesta a problemáticas en las que estén involucrados niños, niñas
y adolescentes que se encuentren en situación de riesgo.
M
convive con su madre, un hermano de 17 años, también consumidor de
drogas, y una hermana de 20 años y cursa por segunda vez el primer
año de la escuela secundaria.
Desde
el comienzo del tratamiento y debido a la mala relación con su madre
M pedía quedarse los fines de semana en la institución, pedido al
que se accedía en algunas ocasiones y también reclamaba que su
tratamiento se realizara bajo la modalidad de internación. Se la
notaba muy integrada al grupo de pares pero no a las normas del
tratamiento, generando escenas de seducción hacia sus compañeros y
mostrando una posición de rebeldía y desafío frente a cualquier
figura de autoridad. Pasado un mes de tratamiento, M se fuga por la
noche de su casa, su madre acude nuevamente a la instancia judicial
y M es trasladada en un patrullero a la institución, momento desde
el cual se decide su internación.
Desde
el comienzo del tratamiento y durante ocho meses, el espacio de
entrevistas individuales fue conducido por otra profesional de la
institución; luego, debido a la renuncia de esta, recibo la
derivación de M. Entre los datos que me informa dicha profesional,
comenta que durante esos ocho meses era muy poco lo que esta joven
hablaba en las entrevistas y que generalmente sostenía una posición
de queja con respecto a las normas y pautas de la institución. La
directora del área clínica le preguntó a M con quién quería
continuar su tratamiento individual la joven elige continuarlo
conmigo dado que me conocía a partir de algunas intervenciones en
los momentos en que yo realizaba guardias nocturnas en la
institución.
En su
primera entrevista, M hace referencia a una escena que había
transcurrido la noche anterior, en la que encontrándome de guardia
se acercan dos pacientes con actitud desafiante pidiendo la llave de
la institución y planteando su decisión de irse “por las buenas o
por las malas”. M dice “yo no pude decir nada, te miraba a vos y
los miraba a ellos desde la sala, parecía que estaban afanando un
local, yo estaba afuera de la situación, no sabía de que lado
ponerme…esa es mi parte de público, me pasa también en los grupos;
yo lo sabía y no pude decir nada…es el gustito de tener información,
yo tenía una relación con ellos, siempre que tuve algo lo perdí”.
El “no
decir nada”, el “estar fuera”, el “no saber de que lado ponerse”, y
su relación al “tener” y al “perder” quedan enunciados en su primera
entrevista y serán puntos recurrentes en los dichos de M. a lo largo
de los siguientes encuentros.
A
partir de esos puntos entonces, está organizado el recorte del
material clínico de M durante los cinco meses siguientes de su
tratamiento, hasta que se interrumpen las entrevistas debido a mi
renuncia al cargo que ocupaba en la institución.
El
silencio como posición de goce
M. dice: “A los 12 me enteré que mi papá tenía otra familia,
después veía en la casa de él los juguetes y la ropa que me
faltaba…en mi casa él era un visitante.”
“Desde los cinco años mi papá me manoseaba, yo creía que era un
juego. Tuvo relaciones sexuales conmigo cuando yo estaba drogada, a
los 14.”
“A los cinco años es el último recuerdo de los cinco juntos, después
mi mamá empezó a estar siempre en la cama y nosotros a salir a la
noche con mi papá, a una plaza para que nos cansemos y nos vayamos a
dormir.”
“Mi
papá era un cachivache, pero levantabas la voz y estabas en el piso,
en la ducha de agua fría o con un cachetazo…después esa figura se me
cayó.”
En otra entrevista hace referencia a dos compañeros de tratamiento,
de edad avanzada, de los que dice que le recuerdan al padre, son
“manipuladores” como él, “Me dan asco, les tengo miedo cuando
los enfrento, es como que me tengo que defender…con mi papá me
pasaba lo mismo.”
“A los
nueve años me sacaba la remera, quería que esté desnudita, me
pintaba, me cortaba el flequillito, él jugaba y yo tenía que
callarme, yo veía todo como un juego…todo silencio.”
En otro encuentro trae un sueño en el que alguien que no recuerda le
decía “que deje de hablar”…”como que si sigo hablando algo malo
me va a pasar.”
“Con
mis viejos me la pasé tirando de la soga de los dos para que no se
separen, yo sabía que mi papá tenía otra familia, si hablaba se
separaban…pero mi silencio no valió de nada, yo no le dije cosas a
mi papá para que no se fuera, y se fue igual.”
El “no decir nada” es una posición que repite en reiteradas
ocasiones en el escenario institucional, siendo la que siempre sabe
quienes planean fugarse y quienes transgreden las normas y “hace
silencio”.
En una entrevista se pregunta: “¿No se porqué vienen hacia mi los
secretos?” “Al final me termino callando la boca y me dejan re
tirada”.
Se
angustia frente a este enunciado, referido entonces al abandono del
tratamiento de algunos compañeros.
En el espacio terapéutico grupal posterior a esa entrevista, frente
al coordinador y a sus pares, decide “blanquear” todas las
transgresiones a las normas y los secretos propios y de compañeros
que “se había guardado” hasta entonces. En una entrevista vincular
con su madre, también decide “destapar la olla” según sus
enunciados. Dice: “Mi hermana se fue de mi casa…yo sabía que a
los 21 se iba”. Sobre la supuesta violación de mi papá, le dije a mi
mamá: -es mentira-, mentí para poder alejarme de él, yo estoy
resentida con él. Cuando vi que él tenía otra familia, vi su otra
cara… cuando me enteré que mi papá violó a la nena de su mujer
empecé a fabular…yo era idéntica a la nena, el flequillito…empecé a
tener sueños morbosos…”No se que creer, si lo que digo yo o lo que
dice mi mamá…”. “Quién carajo soy, me pregunto…”. “Veo a mi papá y a
mi mamá y no los conozco.” “Necesito que me ayuden a saber quién soy
yo”.
La
ambivalencia como síntoma
A partir de esa entrevista, y del “blanqueo” frente a sus pares, se
muestra en los siguientes encuentros intentando encontrar respuestas
a la pregunta que quedó planteada y subrayada en presencia de la
analista.
Dice: “No me pongo a la par de la gente, o soy superior o soy un
sorete, o soy la chica diez, o soy la peor.
Antes
yo era como una mina que el viento la llevaba…”
La ambivalencia en la relación con sus pares, la lleva a pensar en
la relación con su madre: “Porqué ese odio a mi vieja, si mi
vieja siempre estuvo…ella ponía límites aunque yo no los tomaba.”
“No se que me pasa con ella, por un lado me genera violencia, por
otro lado me da lo mismo que esté o no esté…las chicas abrazan a sus
madres y las destrozan…mi vieja me abraza y siento incomodidad.”
“Con
mi vieja o la mato o siento que la tengo que contener…la piso o me
pisan.”
En
términos de ambivalencia y de rivalidad con sus pares en el
escenario institucional fue posible la puesta en escena de algunos
puntos de la problemática subjetiva de M y la puesta en marcha de su
interés por la búsqueda de respuestas.
En una
de las últimas entrevistas en que tuve la posibilidad de escucharla,
dice sentir que ahora está “en otro lado” y que antes
“compró” todo lo que su padre “le vendió”.“Ahora acá,
jugar es jugar, y hablar es hablar, antes todo terminaba en otra
cosa, en algo sexual…”. “Yo daba lugar para que me falten el
respeto….” “Ahora se acabó el juego.”
Hasta
aquí el recorte clínico.
Antes
de hacer algunas puntuaciones sobre este material –con la idea de
subrayar cómo el escenario institucional y la dimensión normativa
posibilitaron que se ponga en escena el drama subjetivo de M–
quisiera referir a una lectura que Fabián Naparstek realizó –en una
clase en la que presenté este material clínico– centrada en la
situación que M trae a su primera entrevista.
Interesado por dicha situación, pide que le amplíe con más detalles
lo que pasó con esos dos pacientes que decidieron fugarse: la escena
fue como la describe M, yo estaba de guardia eran las doce de la
noche, los pacientes ya estaban descansando, y ella se había quedado
fumando en la sala contigua.
Repentinamente bajan esos dos pacientes de sus cuartos, con sus
buzos cerrados tapando la mitad de sus rostros, se paran con las
piernas abiertas contra la puerta, con actitud amenazante y me dicen
“Viviana danos las llaves, nos vamos a ir por las buenas o por
las malas”.
Era la
primera vez que debía responder a una situación de ese orden en la
institución, no estaba habituada a hacer guardias, y la primera
respuesta que se dibujó en mi rostro frente a esa intimidación fue
una mezcla de risa y temor. La risa tuvo que ver con cierto efecto
que me provocó verlos en esa puesta en escena, serios, queriendo
asustar, pero fue algo no calculado, producto de la sorpresa y de no
saber como iba a manejar la situación. Eran las doce de la noche y
yo tenía que decidir y calcular cierto riesgo que podrían correr
esos jóvenes al dejarlos irse de la institución.
Mis
primeras palabras enunciaron que yo no les iba a impedir que se
fueran, pero que tenía que cumplir con las normas que enmarcaban mi
trabajo como psicóloga de guardia, y que necesitaba que firmen en
sus historias clínicas que se hacían responsables de lo que les
pudiera pasar en la calle y que si ellos no hacían esto me
comprometían a mí en mi profesión y en mi función en la institución.
Fue
evidente como este pedido los descolocó, y desde una posición un
poco más floja me dijeron “bueno esta bien, pero rápido, no nos des
vueltas, nos queremos ir”. Las historias clínicas estaban en un
consultorio en el piso superior, y esa escalera me brindaría algo
más de tiempo para pensar como seguir con esa situación. Me
acompañaron, tomé las historias clínicas y empecé a escribir el
texto que ellos iban a firmar, y como había un teléfono allí, ellos
tenían miedo a que hiciera un llamado, con lo cual mientras
escribía, se sentaron a modo de escolta, uno de cada lado; la escena
para entonces se había tornado casi grotesca.
Yo no
percibí que M seguía toda la escena, ella estuvo a distancia
observando. En un momento uno de ellos me dice “bueno si te vamos
a hacer kilombo a vos, déjame que llamo a mi viejo, le voy a decir
que me venga a buscar”; acepté su pedido, habló con su padre
quien en menos de una hora lo vino a buscar, firmó el abandono del
tratamiento y se retiraron, no sin agradecerme “la ayuda” que le
había dado en los meses de entrevistas, dado que era yo quien lo
escuchaba en su espacio de terapia individual.
El
otro paciente, desorientado por la nueva posición de su compañero,
me pide hablar con el auditor de su Obra Social, que era quién
estaba a cargo del tratamiento, dado que tenía ocho causas
judiciales y carecía de familiares responsables. El auditor le dijo
que si quería se fuera, y que en menos de 24 horas seguramente iba a
estar preso. El paciente entendió que no le convenía irse y decidió
quedarse y se fue a dormir. Luego de ese desenlace logré
tranquilizarme, sin saber muy bien que fue lo que allí me orientó ni
cómo había logrado revertir la situación.
Al día
siguiente M pide que sea yo su terapeuta y es en ese punto donde
Fabián Naparstek señala –lo que debemos considerar como una lectura
posible de la situación– que algo de lo que allí presenció M, fue lo
que abrió la posibilidad de que pueda pasar de la posición de
silencio, de su negativa a hablar durante ocho meses con la anterior
profesional, a poder comenzar a poner en palabras su drama
subjetivo, en esos cinco meses de entrevistas conmigo. Lo que allí
se puso en juego desde esta lectura, en mi posición frente a la
situación generada por los dos pacientes, fue la introducción del
Otro barrado, haciendo referencia, sin calcularlo, a la dimensión
normativa, al marco legal que atraviesa mi función allí como
profesional. La posición desde la que intervine, sirviéndome de la
referencia a una legalidad, no solo tuvo por efecto desarticular la
decisión de fugarse por parte de los pacientes, sino que abrió para
M ese espacio, esa grieta, que posibilitó llevar su silencio al
campo del decir.
M
comienza a hablar, pasando del goce del silencio al goce “del
blanqueo”, empieza a desenmascarar a quienes la rodean y a si misma
ubicando así algunas cuestiones de su historia. El material
fantasmático, su novela familiar, comienza a situarse a partir del
escenario que propicia el ámbito institucional.
Es
posible ubicar en el silencio de M su punto de goce. Es por la vía
del silencio como intenta retener a sus compañeros al igual que a su
padre, retiene el falo igualándose con los hombres y compartiendo
con ellos el poder, lo que pareciera tomar el modo de una resolución
histérica. Se ponen en evidencia también en la escena institucional
las vías de desimplicación subjetiva en su “parte de público” y su
“estar por fuera”, posicionada en la exclusión.
La
ubicación de estas líneas para empezar a pensar el caso fue
facilitada por el escenario institucional. Tal vez, si M hubiera
iniciado un tratamiento solo a través de entrevistas individuales,
sin la introducción del escenario institucional, de las normas
institucionales, de las transgresiones a las mismas y de la relación
con sus compañeros de tratamiento, hubiera pasado mucho tiempo para
que M pudiera empezar a enunciar, en el marco del consultorio, la
fantasmática que sostiene su síntoma.
Considero que es desde esta perspectiva desde donde debemos
situarnos para pensar nuestra intervención como analistas en el
marco de una institución, sirviéndonos de la escena que esa lógica
normativa-institucional propone para ubicar allí la posición del
sujeto. Pensar ese dispositivo conductual, necesario para algunos
casos, como aquel que posibilita poner en escena su problemática. Se
trata entonces de servirnos del marco institucional -y no de
oponernos al mismo- a los fines de la dirección de la cura. La
intervención del psicoanalista en la institución será entonces la
que intenta suplementar la dimensión normativa y moral propiciando
la dimensión del sujeto y su particularidad, introduciendo la
perspectiva ética que orienta nuestra práctica.
Podríamos también verificar en este caso lo que Mauricio Tarrab
menciona como el triunfo del sentido, dado que M no viene a las
entrevistas preocupada por el consumo, o por la abstinencia, viene
preocupada porque un compañero se fugó y “la dejo tirada”, o porque
tiene un secreto que esta guardando, o porque trasgredió una norma
institucional y no lo dice, o porque lo dice y la sancionaron. Esta
es su novela actual, la que la hace hablar, la que pone a la luz su
posición en el marco de la transferencia, y la que posibilita que
nuestra intervención recaiga sobre otro escenario, el del sujeto.
Resulta evidente que el tema del consumo no fue central en este
tratamiento, pero si fue ciertamente el recurso fallido al tóxico lo
que hizo que M fuera escuchada –en su silencio y en su hacer–
primero por su madre, quién respondió recurriendo a una instancia
legal, y luego por quienes allí intervinieron ubicando una menor en
riesgo, riesgo que no pareciera referir para entonces a su práctica
de consumo pero si a sus acciones. El marco normativo-institucional
y la intervención del analista propiciaron en M la posibilidad de
pasar del hacer al decir.
Una versión preliminar de este texto constituyó una clase
teórica dictada el 9-6-2006 en la Práctica Profesional del Área
Clínica: Toxicomanía y Alcoholismo, coordinada por el
Prof. Fabián Naparstek. Facultad de Psicología, UBA.
Lic. Viviana Carew. Docente-investigadora, Facultad de
Psicología, UBA.
La bibliografía, soporte de esta presentación es la
siguiente:
-
Tarrab, M.: Las salidas de la toxicomanía, publicado
en el libro: Más allá de las drogas- Estudios
Psicoanalíticos.
-
Conferencia de Eric Laurent, publicada en el libro: Del
hacer al decir. La clínica de la toxicomanía y el
alcoholismo.